“-Tengo
un nuevo marido.
-¿A
qué se dedica?.
-Es
escritor.
-¿Se
apellida Dostoievskiy?.
-No.
-Entonces,
no es un escritor.”
De
la película “El Espejo”, de Andrey Tarkovskiy.
Entonces
entenderían.
Si
no, les pegarían palizas, se les quitaría la custodia de sus hijos,
o la de sus padres, se les robaría el pasaporte y se los
esterilizaría. También les quitaría el dinero, no vayan después a
comprarse un libro de Paulo Coelho.
Sí,
el tema de Dostoievskiy fue tratado en aquellas mesas de
negociaciones de las cafeterías madrileñas. El irreductible y
provocador Martín Visuara sacaba a veces el tema, después de hablar
de fútbol. Cuando pronunciaba el nombre del sagrado novelista, debía
ver una amenaza mortal en mi gesto. Temiendo por algo más que por su
vida, por su alma quizás, cambiaba rápido de tema y de escritor. No
profundizamos lo necesario. Después, pedíamos otro café.
Ahora,
un año después, el amante y cronista de las paredes bonaerenses ha
vuelto a hacer referencia al tema.
Lo
ha hecho con respeto. Ha nombrado a El Escritor con tacto, quizás
temiendo consecuencias.
Pero
no las va a poder evitar. Aquí viene la tremenda consecuencia.
Martín, lo que sigue será culpa tuya.
Ante
Dostoievskiy me siento como en la boca de un pozo, una sima gigante y
profunda, y veo que mis linternas no son lo suficientemente potentes
como para ver el fondo, si lo hay. En estos tiempos leo a otros, los
demás, les pido sus linternas, sus cuerdas, su ayuda.
El
por qué de mi interés por bajar a ese pozo: de Dostoievskiy me
abruma, me aplasta, ante todo, y entre otras muchas cosas, su
sinceridad. Ningún hombre que haya escrito, pintado, compuesto...
nadie jamás se desnudó tanto.
Bajtín
lo llamaba polifonía.

Su
técnica era sencilla, irrepetible e inhumana: en el transcurso de
cada pensamiento, los demás humanos, ante las dudas y opciones que
aparecen, solemos tomar una decisión, algo que se convierte en una
especie de solución, de principio. No Dostoievskiy. Él, de cada
íntima contradicción, de cada variante, formaba un personaje. Ese
personaje–idea contradictoria, lo desarrollaba hasta el extremismo.
Después, esas contradicciones con voz luchaban entre ellas, y a su
alrededor formaba un escenario y un argumento que matizase hasta los
límites sus tragedias.
Lo
apabullante es que cada idea tuviese la misma fuerza que su
contraria; que un hombre pueda inventar enemigos dotados de tanta
razón como él. Con ellos, entre ellos, se enfrentaban hasta la
sangre y la desesperación. Todo ese caos, donde “si Dios ha muerto
todo está permitido” (como un personaje suyo apuntó antes que
Nietszche), toda esa contradicción fue lo que le produjo la
epilepsia, y no otra cosa.
Dostoievskiy
dio voz y razón al nihilista, al conservador, al socialista, al amo,
al esclavo, al religioso, al descreído, al inquisidor y al
asesino... todos llevados hasta la crueldad de sus verdades.
Por
esa misma razón Dostoievskiy nunca tuvo razón en nada. Pero todos
sus personajes la llevaban. Personajes a los que ni quiera describía,
eran sólo ideas andantes, bombas cargadas de razón por su cabeza.
Nunca nadie tuvo la duda como motor de todo y madre de sus futuros
asesinos.
En
su relato de “El Gran Inquisidor”, Cristo tenía la verdad. Pero
también el Gran Inquisidor que lo apresó por ser Cristo el enemigo
del Cristianismo, también tenía la suya, estaba cargado de lógica.
Quizás
por tanto tormento interno, Dostoievskiy dijese que los ataques
epilépticos eran su “mayor momento de paz; todo es luz y claridad”
Un
desafío, jueguen a ser Dostoievskiy: intenten averiguar por qué un
terrible dolor de muelas puede ser un momento feliz para un hombre
malo. La solución, en “Apuntes del subsuelo”.

Para
los que no gozan de él en ruso, deben imaginar un discurso inseguro
en la voz del narrador, una mezcla de erudito tímido e inseguro, que
mezcla filosofía y jerga callejera. Después, en cada personaje, la
expresión fanática de sus ideas, y un lenguaje y discurso que en
cada uno va armado para explotar en cada frase, enérgica y rotunda,
acorde con el carácter de cada uno. En resumen, su escritura es,
ante todo, asfixiante, un bucle, un martillo desesperante al que
terminas temiendo.

Así
son las cosas, y al que diga lo contrario, nosotros, sus
incondicionales, Sweig, Nietszche, Borges, Unamuno, Sartre... y yo,
chico de los recados para hacerles el trabajo sucio, nos cagaremos en
la Putísima Madre del que diga lo contrario.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarGracias por este ataque de furia. Saludable y emotivo. Por supuesto, que me reencuentro en esas charlas mantenidas en glorietas míticas y entrañables.
ResponderEliminarDemás está decirte querido compañero, que lo bueno de escuchar, es que uno aprende con paciencia.
Te mando un fuerte abrazo y gracias por esta pequeña lección de literatura rusa ambulante que tan bien sabés hacer.
Salud compañero!
"Que quería yo hablarle de Dostoievskiy". Grande Enrique, como siempre.
ResponderEliminarhttp://www.youtube.com/watch?v=xOrHXuBQLDM