domingo, 29 de abril de 2012


NUBES VERDES. USOS DEL SUELO.

Nubes verdes cubrieron el cielo de Moscú. Nubes como de tormenta, del color del helecho y de la lima.
Se excitaron las redes sociales: “Ha explotado la central química de Podolsk” “No hay ninguna central química en Podolsk” “¿Sabéis si puede afectar a los pulmones?”
No se preocupaban los ancianos en sus penas y sus paseos tranquilos. Tampoco los compañeros mientras jugaban al dominó en los bancos del barrio, a la sombra de los árboles y unas botellas. Ni los pescadores del estanque, adormilados, quietos.
Tampoco yo: con mirada de hambrienta vaca sureña observaba la hierba nacida, los florecientes árboles.
Y aparecieron las nubes verdes...
La conmoción entre la juventud fue grande y ridícula: eran simples nubes de polen. Gigantes, cierto, impresionantes, pero las mismas nubes de polen de casi todos los años. Salen de unas cosas llamadas árboles...

No me detienen tales amenazas. Me compro una cerveza fría y sigo andando. Llevo la cámara de fotos. Quiero fotografiar el suelo.

En estas fechas, media ciudad se escribe y pinta sobre el suelo. Lo hacen los enamorados, que con enormes letras escritas en el asfalto se declaran a sus enamoradas para que lo lean cuando se asomen a la ventana. “Masha, te quiero”, “Liuba, estás en mi corazón: tu Igor”



Moscú está llena de tales escritos. Sobre todo en los alrededores de los hospitales de maternidad. Cada padre dibuja corazones y letras de colores dando las gracias bajo la habitación de la nueva madre.




Pero los verdaderos artistas, los que de verdad hacen cosas hermosas, los que motivan la sonrisa y el alto en el camino, son los niños.
Con tizas se lanzan al suelo y se expresan mejor que nadie. Tumbados pasan horas dibujando, sin pensar en la próxima lluvia que habrá de borrar sus esfuerzos.


Peces extraños, dragones, rayuelas, casas flotantes sobre el agua, sirenas, humanos (sus profesoras o sus madres, quizás), familias de elefantes, inquietantes princesas sin rostro, sus héroes infantiles... pintan todo lo que les dé tiempo antes de convertirse en esas cosas que somos nosotros y que ya no sabemos dibujar así, ni tumbarnos en el suelo, ni todo lo demás.

Estas son algunas de las mejores obras de los niños de este barrio. Sin duda merecen un minuto de admiración. Pinchen sobre ellas para observarlas a mayor tamaño. Verdaderas lecciones de arte y pensamiento.




Esta semana disfruto de otro extraño texto. Es de una edición del año 63, y se llama “Maiakovsky viaja por la Unión”. Lo escribió P. Lavut, quien le acompañaba y organizaba sus actuaciones. En el libro narra los innumerables viajes por cada ciudad y las anécdotas surgidas por aquel país y aquellos años veinte.

Un mundo extraño: cuenta, entre otras cosas, sobre como en varias ciudades hubo enfrentamientos entre estudiantes, obreros y soldados a las puertas del teatro. No es que los soldados no les permitiesen el paso, es que ellos también querían entrar, y no había sitio para todos.

Cómo ha cambiado el mundo...

lunes, 23 de abril de 2012


TSIOLKOVSKIY (ERRADO, FRAUDULENTO Y CÓSMICO INTENTO DE “ARQUEOLOGÍA MOSCOVITA II")


"La Tierra es la cuna de la humanidad. Pero no se podrá vivir siempre en la cuna"


Vivimos estos días con la sonrisa de volver a ver el suelo y de pisarlo. De ver que sigue ahí tras cuatro meses sin saber de él.
Quien no haya vivido en una latitud semejante a esta, no podrá entender lo que significa realmente la primavera ni sabrá del éxtasis que producen sus primeros signos de vida. A su vez, en los que nacimos con la nostalgia dentro, persiste un agradecido recuerdo al absoluto silencio invernal, a su imponente blancura, a sus agujas de frío, al melódico crujir de las botas sobre la nieve.
Rusia apabulla, aturde, sacude con sus metamorfosis. Lo que hace semanas era sólo hielo pronto será un gigante jardín verde y florido, después serán las nubes de polen y los frutos, luego un mar dorado y rojizo... No conozco ningún otro lugar en el mundo que presente tal gama de contrastes y colores a lo largo de un año y en un mismo punto. Por eso tampoco puedo dejar de citarlo, pues no deja de impresionarme. Hay muchos que siguen queriendo ver Rusia en solitarios tonos grises, blancos y negros. Demasiado horizonte para miras estrechas, quizás.

“El agua de la acequia
iba llenita de sol
y en el olivarito
cantaba un gorrión
ay amor, ay amor, ay amor,
bajo un naranjo en flor”,

me dice Camarón al oído. Al cigarrito y a la brisa me siento, con mi cerveza frente al estanque.

En mis manos ha caído una rara joya, un libro que difícilmente se edite hoy en el extranjero. Llamémosle arqueología, por cumplir. Es el “Fuera de la Tierra”, de Tsiolkovsky. Edición de 1950, con prólogo y notas de hombres que no sabían que el hombre iba a salir al espacio muy pronto. Libro escrito entre los últimos años del siglo XIX y los primeros del siglo XX, y editado por el propio autor en 1927, pocos años antes de su muerte.



Tsiolkovsky, padre de la cosmonautica soviética, tuvo muchos méritos: su activa divulgación científica, los primeros aviones, cohetes rusos.. toda la teoría y fantasía necesaria. Hoy se sigue utilizando su diseño para impulsar las naves fuera de la tierra, así como su sistema de reentrada, la velocidad exacta necesaria para subir y no destruirse en la atmósfera, los combustibles...
La novela es deliciosa. Seguramente es la que le leyeron sus padres a ese otro divulgador nacido en la Unión Soviética: Isaac Asimov. Quizás también a ese otro descendiente de estas tierras: Karl Sagan.
Yo no entiendo sobre lo acertado o no de sus cálculos y profecías. Adivino que algo de culpa tuvo que tener en la obsesión soviética por conquistar Venus antes que la Luna, y su fracaso al encontrarse allí con una atmósfera de ácido sulfúrico (eso sí, son los únicos que han conseguido posar allí una nave, incluso hacer un par de fotos)

El argumento es tremendo: en una escondida fortaleza del Himalaya viven, alejados del mundo, una italiano llamado Galileo, un inglés llamado Newton, un francés llamado Laplace... y otros de esa calaña. Y un ruso llamado Ivanov (un López cualquiera), que es quien descubre cómo salir de una maldita vez al espacio. Y eso hacen, en el lejano año 2017. Su objetivo, solucionar las claves necesarias ante la urgente necesidad de colonizar el cosmos, puesto que la Tierra se está quedando pequeña para tanta humano.



Sólo nombro algunas proezas, de las muchas que hay, y paso de largo las largas páginas dedicadas a incomprensibles, para mí, discusiones físicas y matemáticas: me gusta la idea de la red de invernaderos gigantes y flotantes en la nada, los planetas y asteroides de oro y plata, excelentes conductores de energía para la necesaria electrificación del Sistema Solar. Y para subir la temperatura de Marte, espejos gigantes que multipliquen la fuerza de los rayos solares (la cara oculta de Marte, al ser, según ellos, de plata, conduciría el calor del lado caldeado sin mayor problema).
Maravilloso.

No sé si estará traducido al español. Espero que no. Que haber estudiado estudiado ruso me dé aunque sea esta pequeña ventaja frente a los que, incomprensiblemente, no lo han hecho.

Pero llegado a un punto, la fascinación y la alegría se convierte en risa triste. El gran sabio, inventor de tanto, adivinador de tantísimo, tan lleno de matemática, de razones, describe la tierra en 2017:

En toda la tierra había un principio: un congreso de miembros elegidos por todas las naciones que se ocupaba de resolver los problemas que afectaban a toda la humanidad. Las guerras ya no eran posibles. Los roces entre pueblos se resolvían siempre a través de vías pacíficas. Los ejércitos estaban restringidos. Había una especie de ejércitos de trabajo. En los últimos cien años toda la humanidad había conseguido una vida feliz”

Ay Tsiolkovskiy, Tsiolkovskiy... tanto estudiar, tanto razonar, inventar, predecir, calcular, y me dices esto... no es con lógica con lo que habrás de entendernos.

Me despido pidiendo que vigilen los cielos, y con esta preciosa escultura dedicada a Tsiolkovsky en la ciudad de Borovsk.


jueves, 12 de abril de 2012


PRIMAVERA Y PASCUA RUSA.


Ahora toca hablar del tiempo: llegó la primavera. Poco a poco, y tarde, pero va llegando.
Dos enormes patos de plumaje dorado caminan sobre el estanque. Han sido los primeros en volver de otras tierras. Queda mucha nieve y hielo todavía. Caminan, se paran, se hablan, miran a su alrededor y lo ven todo blanco. Debajo están las semillas y las hierbas que esperan, y el agua líquida del estanque.

Poco a poco, la nieve se derrite. Cae la primera lluvia del año. Derritiéndose, la nieve va mostrando sus capas, como estratos geológicos, de nevada tras nevada. No siempre son blancas: se ensucian con la ciudad, con su aire, con el tiempo. Las más antiguas, aquellas que fueron las primeras, son casi negras. (¿Recuerdan los “Apuntes del subsuelo”, de Dostoievsky? Dentro está el relato aquel de “A propósito de la nieve derretida”. A esto se refería, a aquello que fue blanco y puro y se convirtió en una masa oscura y viscosa, en referencia a su personaje de la tímida joven que se volvió prostituta, y el protagonista que lo aprovechaba)
Derritiéndose, va mostrando suciedades: papeles, basura, colillas, latas, heces de perro fosilizadas que van reviviendo. Pequeños crímenes urbanos que el invierno iba ocultando copo a copo.
Los compañeros van saliendo de sus casas, se sientan en los bancos, juegan al dominó, beben, hablan de sus vidas, y beben.

El domingo que viene se celebrará la Pascua Rusa. Se resume en pintar huevos de color rojo, y la noche del sábado al domingo, acercarse a una iglesia a que te bendigan unos insípidos bollos.
Alrededor de esas iglesias se celebra el “Kriostni jod”, una procesión con los santos y las banderas en alto y el Pope a la cabeza.
El Paso más importante de la ciudad la celebra el Gran Patriarca. Sobre él, ofrezco un enigma fotográfico: presten atención en el reflejo de la mesa... es del reloj de 30.000 dólares que se han apresurado a borrar de las fotografías oficiales. Chapuceros. Voto de pobreza.
El Paso tiene lugar alrededor de la Catedral de Cristo el Salvador. Es un edificio nuevo. La catedral antigua la tiraron los comunistas, y en su lugar terminaron construyendo una enorme piscina pública de aguas termales que hacía las delicias en el invierno del centro de la ciudad.
Si quieren ir a la catedral, tendrán que ir hasta la vieja y preciosa estación de metro de Kropotkin (je je), el anarquista ruso, llenarse allí de fe y salir a la calle.
Allí verá al Gran Patriarca, sin el reloj, rodeado de cámaras de televisión y presidentes, policías y limusinas aparcadas en las aceras cercanas.
Y ya está. Y no entiendes nada.
Las funciones hoy de la iglesia ortodoxa rusa son las siguientes: no hablar de Jesús ni repetir sus ideas; no hablar de aquellos de los que hablaba aquel; no hablar en ruso sino en una lengua muerta que nadie entiende; no hablar, sino cantar en coros; no dejarse ver, sino hacer todo eso detrás de un biombo de madera.
Y en positivo: comprar y explotar complejos hoteleros, llenándolos de iconos; llamar enfermos a los homosexuales; bendecir a los soldados, la mayoría de ellos de origen musulmán, antes de mandarlos a morir a sus guerras; hablar de tradición; evitar hablar de religión; alquilar su gran catedral por unos miles de dólares para mítines, conciertos y encuentros; decir que has de tener muchos hijos; decir que respetes a tus superiores y la propiedad privada.
La fe, que falta hace, se extiende por el país. Y los que la abrazan, no entienden por qué, ni qué es, ni de dónde viene ni por dónde se irá. Nadie tiene nada que decir, ni discutir. Si en España hay seguidores de Jesús que luchan contra la iglesia, en Rusia hay seguidores de la iglesia que luchan contra Jesús.
Pura necesidad de creer en algo. En algo fuerte, que no sufra en una tarde cualquiera una crucifixión.
Misticismo exaltado y etéreo. Y abstracto. Ansia de milagros, no de ideas. El clavo ardiendo.

Alguien se preguntará cómo se celebraran estos días en la Unión Soviética. Eran exactamente iguales, aunque sin cámaras, y con menos público. Y sin relojes caros. En estas fechas de primeros días primaverales, los vecinos se reunían, y en equipos salían armados de herramientas para arreglar el barrio. Limpiaban la basura, pintabas las vallas de los jardines, plantaban nuevas plantas y flores. Los bollos de Pascua se comían con los vecinos mientras se arreglaba la comunidad.
Hoy, parte de ese trabajo lo hacen trabajadores centroasiáticos, a veces legales y a veces asalariados. Los rusos, mientras, escuchan coros en una lengua desconocida.
Les remito a un excelente cuadro del excelente pintor del siglo XIX, Perov. Es el “Kriostni Jod”, el paseo alrededor de la iglesia. Resulta terriblemente actual. Busquen las similitudes.

sábado, 7 de abril de 2012


CURSO DE ARQUEOLOGÍA MOSCOVITA. CAPÍTULO UNO.


Moscú, Rusia entera, y algunos países vecinos, está llena de huellas y restos misteriosos. Resisten frente al tiempo y al olvido bajo capas de neones y carteles publicitarios. Están a la vista, y, a menudo, tienen la que resulta una extraña característica para un resto arqueológico: ser lo único que se mantiene en pie mientras a su lado se levantan y caen cosas continuamente. Resulta también extraño que en tales restos arqueológicos la gente viva, estudie, viaje, se enamore y se muera... como si en las pirámides egipcias se alquilaran apartamentos o sirviesen de estación de autobús.
Pero el origen de los enigmáticos restos de Rusia y alrededores, además de ser mucho más moderno (algunos restos no llegan a los cincuenta años), y a pesar de eso, resulta hoy complétamente incomprensible. Origen por el que hoy se hace todo lo posible por desconocerlo, como hicieron los bárbaros que entraron en Roma o los españoles que conquistaron América, que dejaron vivas sólo algunas cáscaras decorativas y destruyeron conocimientos, costumbres, códigos... y, quizás lo peor, principios que en muchos caso eran mejores que los suyos.
En el caso que nos ocupa, los restos de aquella civilización absolutamente extraña para nosotros, y que algunos estudiosos llaman “soviética”, nos hacen pensar en un pueblo, una cultura, mucho más avanzada que la actual. Algunos datos apuntan a que sufrieron a algún que otro tirano salvaje, pero que, en resumen y a nivel popular, ante la ofensiva comparación con el presente, llega a parecer que incluso pudo haber tenido  origen extraterrestre.

Algunos estudios apuntan también a los motivos de su desaparición. Se conserva un documento firmado por tres personas que abolían su mundo. Dos años después, cuando la gente votó por el reestablecimiento de la civilización, un golpe de estado con ayuda del ejército terminó con todo. Algunos apuntan a su similitud con el fin de la Cultura Allende en Chile o la Civilización Republicana en España.

Poco a poco iremos estudiando muchos de esos restos arqueológicos, de gran valor histórico y excelente material para la reflexión. Eso, a riesgo de no entender su extrañeza: cosas llamadas “escuelas públicas” que hoy son salones de belleza, gigantescas universidades donde estudiaban gratis africanos, indios, mejicanos... estatuas de mujeres y hombres haciendo los mismos trabajos y recibiendo el mismo sueldo... Eso sí, ningún resto ha quedado que recuerde a lo que nosotros hoy llamamos “Bancos”.

Empecemos con una grata sorpresa. Moscú. Hallazgo de caminante voraz. Es la fachada lateral de un edificio de viviendas, cubierta con unos curiosos dibujos y frases, en violento contraste con el resto de la calle. Para encontrarla hay que perderse antes, esconderse, caminar por donde el instinto aconseja no hacerlo. Aléjense, dejen sitio en las ocupadas aceras que van hacia Arbat por un lado, hacia el Conservatorio por el otro. Dejen a sus espaldas el bonito palacio lleno de conchas de aquel aristrócata que pasó por Salamanca, métanse por una de esas estrechas calles de silencio, pisos marrones y palacetes verdosos y amarillentos.

La investigación.
Tiempos de la NEP. Años 20, recién acabada la guerra civil.
Decidieron crear un mercado mixto: por un lado, las empresas privadas producían y vendían a su gusto, eso sí, bajo una severa y penal vigilancia. A su vez, el Estado, en forma de cooperativas y fábricas bajo control asambleario, competían con ellos en producción y venta.
Rápidamente el Estado fue ganando la batalla. Cómo: las tierras recién nacionalizadas les daban productos más baratos, y la mano de obra se multiplicaba. Por qué: allí pagaban. En las empresas privadas, no siempre.
Casi todos los artistas e intelectuales colaboraban con la promoción de aquellos productos que ellos llamaban “de todos”. De ahí esta pared superviviente.
Alexander Rodchenko la pintó. Aquel genio que inventó, entre otras cosas, la estética soviética. Y ahí estuvo un día, colgado, pintando panes, levaduras, bombones, cajitas de cerillas...
Las frases publicitarias, rítmicas y convincentes, las escribió Maiakovsky...
Era una época, una civilización, en la que los poetas сolaboraban con las harinas y el trabajo de los campesinos, y no con el de sus antiguos dueños.

Y miras y remiras esa pared y piensas: qué bonita quedaría en Madrid...