PRIMAVERA
Y PASCUA RUSA.
Ahora
toca hablar del tiempo: llegó la primavera. Poco a poco, y tarde,
pero va llegando.
Dos
enormes patos de plumaje dorado caminan sobre el estanque. Han sido
los primeros en volver de otras tierras. Queda mucha nieve y hielo
todavía. Caminan, se paran, se hablan, miran a su alrededor y lo ven
todo blanco. Debajo están las semillas y las hierbas que esperan, y
el agua líquida del estanque.
Poco
a poco, la nieve se derrite. Cae la primera lluvia del año.
Derritiéndose, la nieve va mostrando sus capas, como estratos
geológicos, de nevada tras nevada. No siempre son blancas: se
ensucian con la ciudad, con su aire, con el tiempo. Las más
antiguas, aquellas que fueron las primeras, son casi negras.
(¿Recuerdan los “Apuntes del subsuelo”, de Dostoievsky? Dentro
está el relato aquel de “A propósito de la nieve derretida”. A
esto se refería, a aquello que fue blanco y puro y se convirtió en
una masa oscura y viscosa, en referencia a su personaje de la tímida
joven que se volvió prostituta, y el protagonista que lo
aprovechaba)
Derritiéndose,
va mostrando suciedades: papeles, basura, colillas, latas, heces de
perro fosilizadas que van reviviendo. Pequeños crímenes urbanos
que el invierno iba ocultando copo a copo.
Los
compañeros van saliendo de sus casas, se sientan en los bancos,
juegan al dominó, beben, hablan de sus vidas, y beben.
El
domingo que viene se celebrará la Pascua Rusa. Se resume en pintar
huevos de color rojo, y la noche del sábado al domingo, acercarse a
una iglesia a que te bendigan unos insípidos bollos.
Alrededor
de esas iglesias se celebra el “Kriostni jod”, una procesión con
los santos y las banderas en alto y el Pope a la cabeza.
El
Paso más importante de la ciudad la celebra el Gran Patriarca. Sobre
él, ofrezco un enigma fotográfico: presten atención en el reflejo de la mesa... es del
reloj de 30.000 dólares que se han apresurado a borrar de las
fotografías oficiales. Chapuceros. Voto de pobreza.
El
Paso tiene lugar alrededor de la Catedral de Cristo el Salvador. Es
un edificio nuevo. La catedral antigua la tiraron los comunistas, y
en su lugar terminaron construyendo una enorme piscina pública de
aguas termales que hacía las delicias en el invierno del centro de
la ciudad.
Si
quieren ir a la catedral, tendrán que ir hasta la vieja y preciosa
estación de metro de Kropotkin (je je), el anarquista ruso, llenarse allí de
fe y salir a la calle.
Allí
verá al Gran Patriarca, sin el reloj, rodeado de cámaras de
televisión y presidentes, policías y limusinas aparcadas en
las aceras cercanas.
Y
ya está. Y no entiendes nada.
Las
funciones hoy de la iglesia ortodoxa rusa son las siguientes: no
hablar de Jesús ni repetir sus ideas; no hablar de aquellos de los
que hablaba aquel; no hablar en ruso sino en una lengua muerta que
nadie entiende; no hablar, sino cantar en coros; no dejarse ver, sino
hacer todo eso detrás de un biombo de madera.
Y
en positivo: comprar y explotar complejos hoteleros, llenándolos de
iconos; llamar enfermos a los homosexuales; bendecir a los soldados,
la mayoría de ellos de origen musulmán, antes de mandarlos a morir
a sus guerras; hablar de tradición; evitar hablar de religión;
alquilar su gran catedral por unos miles de dólares para mítines,
conciertos y encuentros; decir que has de tener muchos hijos; decir
que respetes a tus superiores y la propiedad privada.
La
fe, que falta hace, se extiende por el país. Y los que la abrazan,
no entienden por qué, ni qué es, ni de dónde viene ni por dónde
se irá. Nadie tiene nada que decir, ni discutir. Si en España hay
seguidores de Jesús que luchan contra la iglesia, en Rusia hay
seguidores de la iglesia que luchan contra Jesús.
Pura
necesidad de creer en algo. En algo fuerte, que no sufra en una tarde
cualquiera una crucifixión.
Misticismo
exaltado y etéreo. Y abstracto. Ansia de milagros, no de ideas. El clavo ardiendo.
Alguien
se preguntará cómo se celebraran estos días en la Unión
Soviética. Eran exactamente iguales, aunque sin cámaras, y con
menos público. Y sin relojes caros. En estas fechas de primeros días
primaverales, los vecinos se reunían, y en equipos salían armados
de herramientas para arreglar el barrio. Limpiaban la basura,
pintabas las vallas de los jardines, plantaban nuevas plantas y
flores. Los bollos de Pascua se comían con los vecinos mientras se
arreglaba la comunidad.
Hoy,
parte de ese trabajo lo hacen trabajadores centroasiáticos, a veces
legales y a veces asalariados. Los rusos, mientras, escuchan coros en
una lengua desconocida.
Les remito a un excelente cuadro del excelente pintor del siglo XIX,
Perov. Es el “Kriostni Jod”, el paseo alrededor de la iglesia.
Resulta terriblemente actual. Busquen las similitudes.
Sé que cuidarás de los patos y del gato nadador del estanque, especialmente el día de Pascua.
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