miércoles, 29 de febrero de 2012

Presentación

Las presiones de un amigo, residente en una cuadra bonaerense, las de otro, de una ciudad dormitorio madrileña, y las de mi propia hermana, me han convencido para que escriba desde y sobre mi suburbio moscovita.
La pretensión: que nuestras conversaciones en el bar queden escritas, compartirlas con quien gusten de ellas.
Esas conversaciones suelen redundar en fervorosos y casi futbolísticos comentarios sobre literatura e historia rusa, materias a las que me digno haber dedicado de forma intensa los últimos diez años de mi vida, y a los que dedicaré el resto.
Por ello que me marchase a estudiar a Siberia, a la hermosa ciudad de Irkutsk. Más tarde, fui profesor en la Universidad Estatal de Moscú y, hoy en día, me dedico a escribir en esa ciudad lo que pronto será mi tesis doctoral, dedicada a la misma literatura.
A día de hoy, y como decía nuestro poeta José Bergamín, me he convertido en un fantasma: vivo en la sombre de archivos y bibliotecas, me aparezco por las callejuelas más recónditas de la ciudad y sobrevivo gracias a fraudulentas clases particulares. No tengo ningún contacto con institución o empresa española alguna. A su vez, ellos tampoco lo tienen conmigo.
Hablo ruso más o menos bien. Es un idioma-abismo. Maravillosa la descripción de mi amigo Martín: “un idioma donde las palabras anidan en el aire”. Los argentinos saben decir cosas así, incluso sin conocerlo. Desconfíen de quien les diga que lo hablan perfectamente. Les mienten, o se mienten a sí mismo. Yo sólo he conseguido, tras titánicos esfuerzos y práctica continua, que, a pesar de mi sospechoso acento, los rusos no reconozcan en mí a un europeo, y que se me cierren las puertas que un prestigioso acento europeo abre. A cambio, sus ciudadanos me han abierto las puertas de sus casas de manera sincera y fraterna, sin favores ni sobresaltos.
Soy de la opinión de que el estudio, sobre todo el relacionado con la literatura, sirve fundamentalmente para aprender a disfrutar, aun más, de una obra literaria o de lo que ella refiera. Me serviré de lo que me ha dado tiempo de aprender hasta hoy sobre la historia y la literatura de este país sólo para ayudar a quien también disfrute  del conocimiento del mismo. A su vez, espero que otros me ayuden a mí, con sus vivencias e impresiones.
Rusia, su imagen, fue, es y será víctima del tópico. Significó y significa demasiado para no sufrirlo. Para mi gusto, demasiados amores y odios desmedidos en el pasado; demasiados juicios soberbios y generalizaciones en el presente. Poca Rusia cotidiana.
Desde mi ventana no se ve el Kremlin, sólo un viejo hospital y ancianos con bolsas de patatas y  paquetitos de mantequilla.
Les ofreceré pequeñas descripciones, humildes y sinceras de lo que veo y lo que sé. No existe la intención de llevar razón ni la de decir ninguna verdad mayúscula. Sólo pequeñas, comunes. Me gusta aquello que leí de María Zambrano sobre “representarlo todo a tamaño humano”.