viernes, 23 de noviembre de 2012


EL PARAÍSO Y EL MINISTRO.

Moscú ha amanecido radiante, feliz.
Brilla, sonríe, cree.
Yo también. Soy muy feliz desde que han abierto cerca de mi casa un Hospital para el Herpes.
Pero la ciudad no comparte mi gozo, tiene otro: por las calles vuela un rumor. España va a conceder la ciudadanía a aquellos extranjeros que compren una vivienda de 160.000 euros.

¿Quién le iba a decir al pueblo ruso que el pueblo elegido era él, el primero que habrá de entrar en el paraíso, en la tierra prometida, en España?
¿Y qué son ciento sesenta mil euros para un rico ruso?
Nada, una broma, una propina.

Manteniendo una taza de té entre las manos, dos jóvenes, estusiasmadas, hablan como de religión, de la salvación de sus almas. Un señor se afloja la corbata mientras hace una rápida llamada de teléfono, y habla de teología numérica, de créditos y pluses.
(Y yo soy un representante del paraíso del que hablan.
O un ángel caído. Un mal español.
Lo soy porque hablo de suicidios provocados por la banca, de millones de personas sin trabajo, de policías sin vergüenza, de corrupción, de sueldos míseros... cosas todas ellas de las que los rusos parecen querer ser los únicos poseedores).

Siguen haciendo cuentas, llenos de ilusión. Cuando cuadran, se escuchan grititos de placer, suspiros... los que nunca tendrán ese dinero los miran llenos de envidia sana... “Conseguir la ciudadanía”' - susurran- ... jadeos.
Por momentos, me contagio, también siento esa envidia... ser ciudadano español... eso debe ser maravilloso; cómo me gustaría ser un rico ruso para conseguir la ciudadanía de ese país del que hablan.

¿Y cómo decirles que ese paraíso no existe?
En realidad, no sé si no existe. Nunca he visto los hoteles y los restaurantes de los que hablan, ni he estado jamás en un apartamento con vistas al mar, ni he probado ningún cocktail tropical en no sé qué discotecas... más allá de un tercio de Mahou en el Quinito, la Peña del Atleti.
Tampoco han visto ellos esa España que sí es mía, y que duele tanto.
Tampoco conozco yo esa Rusia que te da 160.000 euros para comprar una casa en España. Ni quiero conocerla.
Sea como fuere, lo cierto es que llevan algo de razón en su insistencia en el sol y las playas: los grados de más son ya casi la única diferencia entre los dos países.

Alarmada Rusia por los grandes éxitos del ministro español de Cultura, no quiere quedarse atrás.
El ministro ruso de Educación, Dmitri Livánov es un grande. Tiene cara de tonto y es un hijo de la gran puta.
Su última aportación se refiere a su sorpresa al saber del sueldo de 30.000 rublos que ganan los profesores en la universidad.
(Urge apuntar que yo fui uno de esos profesores, y que mi sueldo eran 12.000 rublos, unos 300 euros, y sé que es el que siguen recibiendo hoy. Los pluses sólo existen gracias a los sobornos, y en la Facultad de Filología de la MGU, la principal Universidad del país, llevan seis meses sin cobrar)
Pero la noticia no es su absoluto desconocimiento de aquello en lo que manda.

Deben ser profesores de poco nivel para aceptar tales sueldos” - dice.

No sólo dobla imaginariamente el sueldo real de esos profesores, sino que insulta directamente al mayor tesoro que queda en este país: profesores que aun en la penuria aman su profesión y no la abandonan, poniendo dinero a veces para comprar el material que no llega.
Y añade, el perla, un término que se está haciendo muy popular en Rusia: efectividad (dinero)
Bajo la amenaza de “poca efectividad”, pronto van a cerrar otras cuatro universidades en Moscú: El Instituto de Moscú de Arquitectura, El Instituto de Literatura Gorky, El Instituto Estatal de Humanidades, y el Instituto de Pedagogía, todos públicos.

En los edificios abandonados se organizará un imperio, y en el imperio habrá una “Madame”, emparentada con el ministro. En las habitaciones que queden libres se abrirán inmobiliarias de compra-venta de viviendas en España.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

7 DE NOVIEMBRE


El pasado miércoles, el día 7 de noviembre pasó en silencio, cayó como uno de esos árboles que caen en la selva, que no se sabe si hacen o no ruido si nadie los escucha caer.

7 de noviembre, el de 1936, cuando Franco y los suyos pretendieron tomar Madrid...
O el 7 de noviembre de 1941, cuando Hitler planeaba capturar Moscú...
Eran hombres a los que no les gustaban las coincidencias.
Y fracasaron. Mal día para ellos, el 7 de noviembre. Su día más odiado, el que más les duele.

Quizás su disgusto se debiera a aquel siete de noviembre, 25 de octubre según un viejo calendario, de 1917.
   
Crucero "Aurora", hoy museo

Ese día disparó el “Aurora” sobre el cielo de Petrogrado; tintinearon con el estruendo los cristales de las lámparas palaciegas. Hombres como tormentas, tormentas de hombres corrían hacia los telégrafos, las centrales eléctricas... 
Horas después llegaba un telegrama a Moscú. Tras diez días de lucha tomaron el Kremlin.



También en esos días las dos grandes ciudades del país mostraron su carácter: en Petrogrado, San Petersburgo, la acción fue la de un ballet sincronizado, una partida de ajedrez. El enemigo no tuvo tiempo para la reacción, fue un juego de mayorías y algunos disparos... y educadamente, como es típico en aquellas tierras, el enemigo, razonablemente, dejó pasar la ola roja que barría la ciudad, y, con la misma mesura, gesto serio, llamó a sus amigos europeos para empezar a preparar una guerra civil contra el futuro e inevitable gobierno.

La díscola y pasional Moscú, que ya hacía tiempo había perdido su cordura inventando y construyendo San Petersburgo en un pantano, nunca fue tan educada, y el enemigo no tuvo la misma sangre fría que en el norte. La batalla estalló barrio a barrio, trinchera a trinchera... hubo cientos de muertos. En la calle Tverskaya se formaban las primeras unidades de voluntarios pro-zaristas que se autodenominaban “blancos”...

Valentín Kataev
Pero un buen día, Kataev (otro de esos muchos que pudiera ser “el mejor prosista en ruso del siglo XX”), me puso en sobre aviso.
Él, que vivió y describió tanto aquella revolución, admitía ya en su vejez que muy pocos de ellos, de los poetas y escritores, habían sabido describir fielmente “esos días que conmovieron el mundo”, como escribía John Reed.
Argumentaba Kataev que los acontecimientos habían sobrepasado el talento de todos ellos, también su atención, y que, sobre todo, se habían dejado arrastrar por la influencia de las viejas imágenes de la Revolución Francesa, plasmadas en tantos cuadros y libros. Aquella otra revolución había influido, como un filtro negativo, como un patrón, en su trabajo, en su recreación de los hechos.
Kataev salvaba de esos errores a Mayakovskiy, “el único que imitó con versos el ritmo trepidante de aquellos días”. No recuerdo si salvaba también (o debería haberlo hecho), a Blok, y sus “Doce”.

Entonces, ¿cómo fue?, ¿cómo imaginarlo?, ¿a qué olía?, ¿qué se oía?...
Admito mi fascinación por los “Doce”, de Blok. Su extraordinario poema, en el que cada estrofa imita el ritmo de una canción popular de la época, la nieve, las farolas, los muertos y, sobre todo, la última imagen de Jesucristo enarbolando una bandera roja, encabezando una marcha... pero, evidentemente, la imaginación fabulosa de Blok sirve más para entender la fascinación del momento que para elaborar una imagen fiel del paisaje que rodeó a todo aquello.

He intentado, durante mucho tiempo, acercarme a los detalles olvidados, quizás, a los menos importantes, tan difíciles de encontrar, y que intento recomponer.

"¡Ciudadanos!
Hoy el milenario "Ayer" se fragmenta
Hoy se revisan los cimientos más profundos
Hoy,
Hasta el último botón de la vestimenta
Rehacemos la vida y el mundo"

Vladímir Mayakovskiy


Era ya de noche en Petrogrado. El cielo estaba muy encapotado: hacía pocas horas había llovido. Días antes, había nevado copiosamente. Las pocas farolas de la ciudad alumbraban en el suelo masas viscosas de charcos de nieve y barro. Los montones de basura se acumulaban en las calles.
Los puentes de la ciudad estaban levantados sobre el río. Así lo había ordenado hacer el gobierno para entorpecer el paso de las manifestaciones de unas islas a otras.
Olía a humo y a nieve húmeda. Miles de soldados hacían guardias alrededor de improvisadas hogueras, a las que se acercaban mendigos y perros callejeros a calentarse.

Durante el 25 octubre, hasta la noche, la ciudad miraba nerviosa y febril a cada uno de sus rincones. Se abrió el Congreso, tomó la palabra el presidente, Kerenskiy... Mientras hablaba, fueron ocupados por obreros y soldados el telégrafo, el centro de prensa y el Palacio Marinsky.
A la caída de la tarde se fueron encendiendo las luces de la ciudad, escasas.
Sólo el ruido de los tranvías, algunos automóviles y el silencioso, y sospechoso, paso del crucero “Aurora” sobre las aguas del río.

Sólo mi adorado Mijaíl Koltsov describió con detalle aquellas horas de tensión, el contraste entre el silencio en la calle y el griterío en los cientos de reuniones de asambleas en sótanos, salas abarrotadas. Se esperaba la respuesta del gobierno al ultimátum que se le había lanzado.

Silencio, silencio, tensión, impaciencia y silencio. Por instantes caía una fina y débil lluvia sobre la nieve, que se fundía.

Y Lenin dio la señal a los marineros; El "Aurora" disparó al aire, y miles de hombres y mujeres saltaron a la calle nocturna, a la oscuridad manchada de farolas, corrían hacia el Palacio de Invierno. Otros corrieron a la central eléctrica a cortar la luz.

   
Palacio de Invierno
Después, el aire se llenó de olor a pólvora. Gritaban los que atacaban y gritaban los que se defendían. Pequeñas orquestas tocaban “La Marsellesa” y "La Internacional". 
Las balas volaban hacia y desde el palacio.Algunos cayeron heridos, otros pocos, muertos. En el Palacio de Invierno gritaban los ministros, buscaban los interruptores, gritaban algunos heridos de la Primera Guerra Mundial, alojados en una de sus salas. Hay quien dice que el palacio se tomó desde dentro.

Las calles de Petrogrado el día 26 de octubre eran grisáceas, gris era el cielo, y rojas las banderas que pululaban por la ciudad.

No fue tan sorpresivo en Moscú. Un par de horas después de que empezasen los movimientos en Petrogrado, llegó un telegrama. Aquella noche fue de reuniones y planes. Los rumores invadían los viejos callejones y patios de la ciudad. A la mañana siguiente, dos bandos armados y furiosos tomaban posiciones.
Primeros muertos: en la Plaza Roja murieron tres obreros. Un día después los blancos ocupaban el Kremlin. Desde ese día la batalla era de fuera hacia dentro. Los “blancos” defendían el centro, los “rojos” iban ganando poco a poco los barrios de la periferia. Había batallas en cada esquina.

Hacía mal tiempo, mucho frío. No se sabía si era nieve o lluvia lo que caía. Todos recuerdan el fuerte viento de aquellos días.

Muchos de los rostros de los combatientes eran muy jóvenes. Los blancos usaron cadetes, casi niños que luchaban a las órdenes de generales que estaban lejos. Estudiaban esos niños en las únicas escuelas, militares, donde se aprendía gratis y se comía a diario (esos mismos niños-soldado muertos, utilizados por los blancos, que después conmoverían a Zhivago)
En frente también había algunos niños, aunque no lo parecían. Eran niños que no sabían lo que era un arma, pero que llevaban años trabajando en fábricas, y no se sentían niños, ni a la vista de sus manos nadie hubiese dicho que lo eran.
El uso de jóvenes, huérfanos la mayoría de ellos, obedientes, por parte de las fuerzas del ejército, fue una de las causas que más enfurecieron a la ciudad, cuya balanza sentimental se declinaba cada día más hacia los rojos.


Se luchaba hasta por los tejados; conquistándolos, se podía disparar desde lo alto. Desde allí se veían las torres del Kremlin, siempre tan lejano y deseado.
Casas de madera. Muchas de ellas ardieron, Moscú se llenó de incendios. Por las noches el cielo se pintaba de rojo.
Iban llegando refuerzos. Los rojos recibían muchos más que los blancos. Empezaron a estrechar la defensa del centro de la ciudad. Tres días después del inicio del combate, el paisaje cambió, aparecieron las calles del centro, los edificios de piedra.
Empezaron a actuar las ametralladoras. Las lluvias de balas rebotaban y rompían las fachadas. Así pasaba el día, y la noche, y el día siguiente... en el barrio de Presnia había decenas de cadáveres en el suelo, y en Taganka, y en Kitay-Gorod...

Cientos de trincheras rodeaban el Kremlin, la batalla era cruel. El círculo se fue estrechando. El día tres de noviembre, cientos de muertos después, se consiguió tomar.
Con el mismo viento y el mismo frío, junto a una de las paredes del Kremlin, en la Plaza Roja, se veían entierros, se escuchaban palas contra la tierra seca. En el cementerio de Vagankovskoe los blancos enterraban a los suyos.

Así pasó después ciudad tras ciudad, y llegó la guerra civil, de dos años de lucha... pero eso es otra historia.

lunes, 5 de noviembre de 2012


LA LEYENDA DEL PARQUE.


Dentro de algunos años, cuando los niños paseen con sus padres por este parque, (si todavía queda parque, si todavía quedan niños, y si los que hubiere tienen padres), por este parque, repito, el del "50 aniversario de Octubre" (metro Prospekt Vernadskovo), pasearán al atardecer con un escalofrío, nerviosos, atentos, con un nudo en la garganta.

Y les digo ahora, años antes de que eso pase, en el momento en el que nace el objeto de sus miedos, que yo lo vi, que caminé con él, que una vez incluso me acompañó casi hasta la puerta de mi casa.

Parque del "50 aniversario de Octubre"
(Este es el mismo parque, aclaro, de fabulosos árboles, en el que me inspiré para recrear el suicidio ideal y en el que animaba a que cada uno pasease buscando su árbol; también hay una manzana gigante que se asoma entre los arbustos y unas enormes manos salen de la tierra para saludar; más abajo hay un grupo de muñecos también gigantes, que, como dice mi compañera, seguirán ahí después de que se extinga la humanidad
Fuera del parque es peor, hoy, cuatro de noviembre, miles de nazis rusos marchan y animan a la persecución de los que son como yo, inmigrantes)

Bajando por el camino central de ese parque, siempre por la noche, sólo mientras nieva, aparece quieto un perro blanco, que parece una estatua.
Te mira, se acerca a ti, te huele y te acompaña unos metros.
Lleva un collar, pero no tiene dueño. Siempre está en el mismo sitio, mirando hacia el pequeño barranco por el que pasa un riachuelo.

Dentro de algunos años, hablarán de él como de un fantasma, una aparición, incluso, de un espíritu vengativo.
Recordarán que en el otoño del 2012, alguien se dedicó a echar veneno por este parque para matar perros, y que incluso varios niños murieron por su culpa, además de decenas de mascotas.
Dirá la leyenda que ese perro viene de otro mundo para vengarse de su asesino.

Camino donde se aparece el Perro Blanco
Yo he visto a ese perro, y parecía de carne y hueso. Es el último perro del parque, y conmueve su soledad, su frío y su hambre. No desmiento a los que quieran ver en él un fantasma, es más, afirmo que no era humano, era, otra cosa...
Dentro de algunos años, cuando cualquier perro blanco parezca el perro blanco, cuando los mayores amenacen con esa leyenda a sus niños inquietos, se podrá analizar si a veces preferimos sentir miedo a pena, si preferimos inventar a sentir vergüenza.