miércoles, 14 de noviembre de 2012

7 DE NOVIEMBRE


El pasado miércoles, el día 7 de noviembre pasó en silencio, cayó como uno de esos árboles que caen en la selva, que no se sabe si hacen o no ruido si nadie los escucha caer.

7 de noviembre, el de 1936, cuando Franco y los suyos pretendieron tomar Madrid...
O el 7 de noviembre de 1941, cuando Hitler planeaba capturar Moscú...
Eran hombres a los que no les gustaban las coincidencias.
Y fracasaron. Mal día para ellos, el 7 de noviembre. Su día más odiado, el que más les duele.

Quizás su disgusto se debiera a aquel siete de noviembre, 25 de octubre según un viejo calendario, de 1917.
   
Crucero "Aurora", hoy museo

Ese día disparó el “Aurora” sobre el cielo de Petrogrado; tintinearon con el estruendo los cristales de las lámparas palaciegas. Hombres como tormentas, tormentas de hombres corrían hacia los telégrafos, las centrales eléctricas... 
Horas después llegaba un telegrama a Moscú. Tras diez días de lucha tomaron el Kremlin.



También en esos días las dos grandes ciudades del país mostraron su carácter: en Petrogrado, San Petersburgo, la acción fue la de un ballet sincronizado, una partida de ajedrez. El enemigo no tuvo tiempo para la reacción, fue un juego de mayorías y algunos disparos... y educadamente, como es típico en aquellas tierras, el enemigo, razonablemente, dejó pasar la ola roja que barría la ciudad, y, con la misma mesura, gesto serio, llamó a sus amigos europeos para empezar a preparar una guerra civil contra el futuro e inevitable gobierno.

La díscola y pasional Moscú, que ya hacía tiempo había perdido su cordura inventando y construyendo San Petersburgo en un pantano, nunca fue tan educada, y el enemigo no tuvo la misma sangre fría que en el norte. La batalla estalló barrio a barrio, trinchera a trinchera... hubo cientos de muertos. En la calle Tverskaya se formaban las primeras unidades de voluntarios pro-zaristas que se autodenominaban “blancos”...

Valentín Kataev
Pero un buen día, Kataev (otro de esos muchos que pudiera ser “el mejor prosista en ruso del siglo XX”), me puso en sobre aviso.
Él, que vivió y describió tanto aquella revolución, admitía ya en su vejez que muy pocos de ellos, de los poetas y escritores, habían sabido describir fielmente “esos días que conmovieron el mundo”, como escribía John Reed.
Argumentaba Kataev que los acontecimientos habían sobrepasado el talento de todos ellos, también su atención, y que, sobre todo, se habían dejado arrastrar por la influencia de las viejas imágenes de la Revolución Francesa, plasmadas en tantos cuadros y libros. Aquella otra revolución había influido, como un filtro negativo, como un patrón, en su trabajo, en su recreación de los hechos.
Kataev salvaba de esos errores a Mayakovskiy, “el único que imitó con versos el ritmo trepidante de aquellos días”. No recuerdo si salvaba también (o debería haberlo hecho), a Blok, y sus “Doce”.

Entonces, ¿cómo fue?, ¿cómo imaginarlo?, ¿a qué olía?, ¿qué se oía?...
Admito mi fascinación por los “Doce”, de Blok. Su extraordinario poema, en el que cada estrofa imita el ritmo de una canción popular de la época, la nieve, las farolas, los muertos y, sobre todo, la última imagen de Jesucristo enarbolando una bandera roja, encabezando una marcha... pero, evidentemente, la imaginación fabulosa de Blok sirve más para entender la fascinación del momento que para elaborar una imagen fiel del paisaje que rodeó a todo aquello.

He intentado, durante mucho tiempo, acercarme a los detalles olvidados, quizás, a los menos importantes, tan difíciles de encontrar, y que intento recomponer.

"¡Ciudadanos!
Hoy el milenario "Ayer" se fragmenta
Hoy se revisan los cimientos más profundos
Hoy,
Hasta el último botón de la vestimenta
Rehacemos la vida y el mundo"

Vladímir Mayakovskiy


Era ya de noche en Petrogrado. El cielo estaba muy encapotado: hacía pocas horas había llovido. Días antes, había nevado copiosamente. Las pocas farolas de la ciudad alumbraban en el suelo masas viscosas de charcos de nieve y barro. Los montones de basura se acumulaban en las calles.
Los puentes de la ciudad estaban levantados sobre el río. Así lo había ordenado hacer el gobierno para entorpecer el paso de las manifestaciones de unas islas a otras.
Olía a humo y a nieve húmeda. Miles de soldados hacían guardias alrededor de improvisadas hogueras, a las que se acercaban mendigos y perros callejeros a calentarse.

Durante el 25 octubre, hasta la noche, la ciudad miraba nerviosa y febril a cada uno de sus rincones. Se abrió el Congreso, tomó la palabra el presidente, Kerenskiy... Mientras hablaba, fueron ocupados por obreros y soldados el telégrafo, el centro de prensa y el Palacio Marinsky.
A la caída de la tarde se fueron encendiendo las luces de la ciudad, escasas.
Sólo el ruido de los tranvías, algunos automóviles y el silencioso, y sospechoso, paso del crucero “Aurora” sobre las aguas del río.

Sólo mi adorado Mijaíl Koltsov describió con detalle aquellas horas de tensión, el contraste entre el silencio en la calle y el griterío en los cientos de reuniones de asambleas en sótanos, salas abarrotadas. Se esperaba la respuesta del gobierno al ultimátum que se le había lanzado.

Silencio, silencio, tensión, impaciencia y silencio. Por instantes caía una fina y débil lluvia sobre la nieve, que se fundía.

Y Lenin dio la señal a los marineros; El "Aurora" disparó al aire, y miles de hombres y mujeres saltaron a la calle nocturna, a la oscuridad manchada de farolas, corrían hacia el Palacio de Invierno. Otros corrieron a la central eléctrica a cortar la luz.

   
Palacio de Invierno
Después, el aire se llenó de olor a pólvora. Gritaban los que atacaban y gritaban los que se defendían. Pequeñas orquestas tocaban “La Marsellesa” y "La Internacional". 
Las balas volaban hacia y desde el palacio.Algunos cayeron heridos, otros pocos, muertos. En el Palacio de Invierno gritaban los ministros, buscaban los interruptores, gritaban algunos heridos de la Primera Guerra Mundial, alojados en una de sus salas. Hay quien dice que el palacio se tomó desde dentro.

Las calles de Petrogrado el día 26 de octubre eran grisáceas, gris era el cielo, y rojas las banderas que pululaban por la ciudad.

No fue tan sorpresivo en Moscú. Un par de horas después de que empezasen los movimientos en Petrogrado, llegó un telegrama. Aquella noche fue de reuniones y planes. Los rumores invadían los viejos callejones y patios de la ciudad. A la mañana siguiente, dos bandos armados y furiosos tomaban posiciones.
Primeros muertos: en la Plaza Roja murieron tres obreros. Un día después los blancos ocupaban el Kremlin. Desde ese día la batalla era de fuera hacia dentro. Los “blancos” defendían el centro, los “rojos” iban ganando poco a poco los barrios de la periferia. Había batallas en cada esquina.

Hacía mal tiempo, mucho frío. No se sabía si era nieve o lluvia lo que caía. Todos recuerdan el fuerte viento de aquellos días.

Muchos de los rostros de los combatientes eran muy jóvenes. Los blancos usaron cadetes, casi niños que luchaban a las órdenes de generales que estaban lejos. Estudiaban esos niños en las únicas escuelas, militares, donde se aprendía gratis y se comía a diario (esos mismos niños-soldado muertos, utilizados por los blancos, que después conmoverían a Zhivago)
En frente también había algunos niños, aunque no lo parecían. Eran niños que no sabían lo que era un arma, pero que llevaban años trabajando en fábricas, y no se sentían niños, ni a la vista de sus manos nadie hubiese dicho que lo eran.
El uso de jóvenes, huérfanos la mayoría de ellos, obedientes, por parte de las fuerzas del ejército, fue una de las causas que más enfurecieron a la ciudad, cuya balanza sentimental se declinaba cada día más hacia los rojos.


Se luchaba hasta por los tejados; conquistándolos, se podía disparar desde lo alto. Desde allí se veían las torres del Kremlin, siempre tan lejano y deseado.
Casas de madera. Muchas de ellas ardieron, Moscú se llenó de incendios. Por las noches el cielo se pintaba de rojo.
Iban llegando refuerzos. Los rojos recibían muchos más que los blancos. Empezaron a estrechar la defensa del centro de la ciudad. Tres días después del inicio del combate, el paisaje cambió, aparecieron las calles del centro, los edificios de piedra.
Empezaron a actuar las ametralladoras. Las lluvias de balas rebotaban y rompían las fachadas. Así pasaba el día, y la noche, y el día siguiente... en el barrio de Presnia había decenas de cadáveres en el suelo, y en Taganka, y en Kitay-Gorod...

Cientos de trincheras rodeaban el Kremlin, la batalla era cruel. El círculo se fue estrechando. El día tres de noviembre, cientos de muertos después, se consiguió tomar.
Con el mismo viento y el mismo frío, junto a una de las paredes del Kremlin, en la Plaza Roja, se veían entierros, se escuchaban palas contra la tierra seca. En el cementerio de Vagankovskoe los blancos enterraban a los suyos.

Así pasó después ciudad tras ciudad, y llegó la guerra civil, de dos años de lucha... pero eso es otra historia.

1 comentario:

  1. Después de John Reed pensé que era imposible volver a retomar el hilo de la ilusión . Compañero de veras un relato así merece otro marco.
    Cambio, tuve el libro de Jarns en las manos. Lo volví a dejar, no quiero ser cómplice del robo a compañero alguno.
    Vuelvo.
    Notable relato del relato de la historia.
    Muchas gracias compañero del alma

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