martes, 11 de junio de 2013

MIEDO

A veces me gustaría no tener razón, pues ocurre que sólo la tengo cuando soy pesimista.
Hoy contemplo que no cambiaría ni una sola coma de todo lo que aquí llevo escrito. A pesar de aquellos que, admirados por la oposición de Rusia a EEUU en algunos asuntos, querían ver en ella un foco de rebeldía, de luz, de qué sé yo...
                
Ayer se aprobaron, (casi por unanimidad), en el Parlamento ruso, dos leyes que ilustran la realidad de este país mejor que cualquier explicación.

La primera es la que prohíbe hablar sobre la homosexualidad, o promover los derechos de los homosexuales, so pena de cárcel. La ley incluye un delicioso punto que explica que los extranjeros que defiendan “las relaciones no tradicionales”, serán expulsados del país.

Una segunda ley es aquella que mandará a la cárcel a cualquiera que ose a criticar a la Iglesia u ofender el sentimiento religioso de los creyentes, (ley que no comento para no ofender).Eso sí, hay que apuntar que más allá de prohibir algún humilde comentario mío, se prohíbe la mitad de la literatura rusa, desde Pushkin a Grossman, pasando por Dostoievskiy o Tolstoy… obras que se censurarán en las escuelas y en la vida pública, por ser ofensivas para los religiosos.

Veía hoy en las escaleras del metro dos carteles, uno junto al otro: en el primero aparece una foto del escritor, abiertamente fascista y zarista, Solzhenitsin, con unas palabras suyas: “Para mí, la fe es el apoyo y fuerza de mi alma”… o algo así (no pude retener la mirada). Al lado, otro cartel con una gatita vestida de Zara, que confiesa: “Soy una chica, no quiero escuchar de política, quiero un canal de televisión para mí”, con el consiguiente anuncio de no sé qué cadena.

Esa es la Rusia palpable. Y sabe quien me conoce que soy el último en reconocerlo y a quien más le duele admitirlo: Rusia es hoy un país de extrema derecha. (Bravo por aquellos que se enfrentaron al socialismo con sonrisas de libertad, progreso… bravo por vuestra sinceridad)

Es difícil encontrar más de una o dos razones para seguir aquí cinco minutos más. Eso sí, las dos razones valen la pena. Sírvame, al menos, de enseñanza.

Hace dos días, una alumna de origen caucásico, me decía: “Mi madre me ruega que me case con un ruso – risitas entre los demás – que tengo que limpiar mi raza”.


A veces me pregunto: ¿cómo me sentiré en un futuro al haber sido profesor de un puñado de Goebbels y Mussolinis? Saben las paredes de mi auditorio, que si hubiese micrófonos, hoy estaría en la cárcel en este país. Sólo queda saber si cuando los pongan podré contener la boca cerrada.