sábado, 7 de abril de 2012


CURSO DE ARQUEOLOGÍA MOSCOVITA. CAPÍTULO UNO.


Moscú, Rusia entera, y algunos países vecinos, está llena de huellas y restos misteriosos. Resisten frente al tiempo y al olvido bajo capas de neones y carteles publicitarios. Están a la vista, y, a menudo, tienen la que resulta una extraña característica para un resto arqueológico: ser lo único que se mantiene en pie mientras a su lado se levantan y caen cosas continuamente. Resulta también extraño que en tales restos arqueológicos la gente viva, estudie, viaje, se enamore y se muera... como si en las pirámides egipcias se alquilaran apartamentos o sirviesen de estación de autobús.
Pero el origen de los enigmáticos restos de Rusia y alrededores, además de ser mucho más moderno (algunos restos no llegan a los cincuenta años), y a pesar de eso, resulta hoy complétamente incomprensible. Origen por el que hoy se hace todo lo posible por desconocerlo, como hicieron los bárbaros que entraron en Roma o los españoles que conquistaron América, que dejaron vivas sólo algunas cáscaras decorativas y destruyeron conocimientos, costumbres, códigos... y, quizás lo peor, principios que en muchos caso eran mejores que los suyos.
En el caso que nos ocupa, los restos de aquella civilización absolutamente extraña para nosotros, y que algunos estudiosos llaman “soviética”, nos hacen pensar en un pueblo, una cultura, mucho más avanzada que la actual. Algunos datos apuntan a que sufrieron a algún que otro tirano salvaje, pero que, en resumen y a nivel popular, ante la ofensiva comparación con el presente, llega a parecer que incluso pudo haber tenido  origen extraterrestre.

Algunos estudios apuntan también a los motivos de su desaparición. Se conserva un documento firmado por tres personas que abolían su mundo. Dos años después, cuando la gente votó por el reestablecimiento de la civilización, un golpe de estado con ayuda del ejército terminó con todo. Algunos apuntan a su similitud con el fin de la Cultura Allende en Chile o la Civilización Republicana en España.

Poco a poco iremos estudiando muchos de esos restos arqueológicos, de gran valor histórico y excelente material para la reflexión. Eso, a riesgo de no entender su extrañeza: cosas llamadas “escuelas públicas” que hoy son salones de belleza, gigantescas universidades donde estudiaban gratis africanos, indios, mejicanos... estatuas de mujeres y hombres haciendo los mismos trabajos y recibiendo el mismo sueldo... Eso sí, ningún resto ha quedado que recuerde a lo que nosotros hoy llamamos “Bancos”.

Empecemos con una grata sorpresa. Moscú. Hallazgo de caminante voraz. Es la fachada lateral de un edificio de viviendas, cubierta con unos curiosos dibujos y frases, en violento contraste con el resto de la calle. Para encontrarla hay que perderse antes, esconderse, caminar por donde el instinto aconseja no hacerlo. Aléjense, dejen sitio en las ocupadas aceras que van hacia Arbat por un lado, hacia el Conservatorio por el otro. Dejen a sus espaldas el bonito palacio lleno de conchas de aquel aristrócata que pasó por Salamanca, métanse por una de esas estrechas calles de silencio, pisos marrones y palacetes verdosos y amarillentos.

La investigación.
Tiempos de la NEP. Años 20, recién acabada la guerra civil.
Decidieron crear un mercado mixto: por un lado, las empresas privadas producían y vendían a su gusto, eso sí, bajo una severa y penal vigilancia. A su vez, el Estado, en forma de cooperativas y fábricas bajo control asambleario, competían con ellos en producción y venta.
Rápidamente el Estado fue ganando la batalla. Cómo: las tierras recién nacionalizadas les daban productos más baratos, y la mano de obra se multiplicaba. Por qué: allí pagaban. En las empresas privadas, no siempre.
Casi todos los artistas e intelectuales colaboraban con la promoción de aquellos productos que ellos llamaban “de todos”. De ahí esta pared superviviente.
Alexander Rodchenko la pintó. Aquel genio que inventó, entre otras cosas, la estética soviética. Y ahí estuvo un día, colgado, pintando panes, levaduras, bombones, cajitas de cerillas...
Las frases publicitarias, rítmicas y convincentes, las escribió Maiakovsky...
Era una época, una civilización, en la que los poetas сolaboraban con las harinas y el trabajo de los campesinos, y no con el de sus antiguos dueños.

Y miras y remiras esa pared y piensas: qué bonita quedaría en Madrid...

2 comentarios:

  1. O en Buenos Aires o en cualquier sitio en donde la memoria se desdibuje a golpes de mercados u otras cuestiones modernas.
    Como volver a descubrir a Rodchenko que tanta falta le anda haciendo a tanto desmemoriado y mal avenido admirador de los mercados que andan dando vuelta por allí.
    Gracias porque de este forma los menos afortunados vamos descubriendo un poco de esa ciudad lejana para este servidor.

    ResponderEliminar
  2. ¿Y el capítulo 2? privet.

    ResponderEliminar