TSIOLKOVSKIY
(ERRADO, FRAUDULENTO Y CÓSMICO INTENTO DE “ARQUEOLOGÍA MOSCOVITA II")
Vivimos
estos días con la sonrisa de volver a ver el suelo y de pisarlo. De
ver que sigue ahí tras cuatro meses sin saber de él.
Quien
no haya vivido en una latitud semejante a esta, no podrá entender lo
que significa realmente la primavera ni sabrá del éxtasis que producen sus
primeros signos de vida. A su vez, en los que nacimos con la
nostalgia dentro, persiste un agradecido recuerdo al absoluto
silencio invernal, a su imponente blancura, a sus agujas de frío, al
melódico crujir de las botas sobre la nieve.
Rusia
apabulla, aturde, sacude con sus metamorfosis. Lo que hace semanas
era sólo hielo pronto será un gigante jardín verde y florido,
después serán las nubes de polen y los frutos, luego un mar dorado
y rojizo... No conozco ningún otro lugar en el mundo que presente
tal gama de contrastes y colores a lo largo de un año y en un mismo
punto. Por eso tampoco puedo dejar de citarlo, pues no deja de
impresionarme. Hay muchos que siguen queriendo ver Rusia en
solitarios tonos grises, blancos y negros. Demasiado horizonte para
miras estrechas, quizás.
“El
agua de la acequia
iba
llenita de sol
y
en el olivarito
cantaba
un gorrión
ay
amor, ay amor, ay amor,
bajo
un naranjo en flor”,
me
dice Camarón al oído. Al cigarrito y a la brisa me siento, con mi
cerveza frente al estanque.
En
mis manos ha caído una rara joya, un libro que difícilmente se
edite hoy en el extranjero. Llamémosle arqueología, por cumplir. Es
el “Fuera de la Tierra”, de Tsiolkovsky. Edición de 1950, con
prólogo y notas de hombres que no sabían que el hombre iba a salir
al espacio muy pronto. Libro escrito entre los últimos años del
siglo XIX y los primeros del siglo XX, y editado por el propio autor
en 1927, pocos años antes de su muerte.
Tsiolkovsky, padre de la cosmonautica soviética, tuvo muchos méritos: su activa divulgación científica, los primeros aviones, cohetes rusos.. toda la teoría y fantasía necesaria. Hoy se sigue utilizando su diseño para impulsar las naves fuera de la tierra, así como su sistema de reentrada, la velocidad exacta necesaria para subir y no destruirse en la atmósfera, los combustibles...
La
novela es deliciosa. Seguramente es la que le leyeron sus padres a
ese otro divulgador nacido en la Unión Soviética: Isaac Asimov.
Quizás también a ese otro descendiente de estas tierras: Karl
Sagan.
Yo
no entiendo sobre lo acertado o no de sus cálculos y profecías.
Adivino que algo de culpa tuvo que tener en la obsesión soviética
por conquistar Venus antes que la Luna, y su fracaso al encontrarse
allí con una atmósfera de ácido sulfúrico (eso sí, son los
únicos que han conseguido posar allí una nave, incluso hacer un par
de fotos)
El
argumento es tremendo: en una escondida fortaleza del Himalaya viven,
alejados del mundo, una italiano llamado Galileo, un inglés llamado
Newton, un francés llamado Laplace... y otros de esa calaña. Y un ruso llamado Ivanov (un
López cualquiera), que es quien descubre cómo salir de una maldita
vez al espacio. Y eso hacen, en el lejano año 2017. Su objetivo,
solucionar las claves necesarias ante la urgente necesidad de
colonizar el cosmos, puesto que la Tierra se está quedando pequeña
para tanta humano.
Sólo nombro algunas proezas, de las muchas que hay, y paso de largo las largas páginas dedicadas a incomprensibles, para mí, discusiones físicas y matemáticas: me gusta la idea de la red de invernaderos gigantes y flotantes en la nada, los planetas y asteroides de oro y plata, excelentes conductores de energía para la necesaria electrificación del Sistema Solar. Y para subir la temperatura de Marte, espejos gigantes que multipliquen la fuerza de los rayos solares (la cara oculta de Marte, al ser, según ellos, de plata, conduciría el calor del lado caldeado sin mayor problema).
Maravilloso.
No
sé si estará traducido al español. Espero que no. Que haber
estudiado estudiado ruso me dé aunque sea esta pequeña ventaja
frente a los que, incomprensiblemente, no lo han hecho.
Pero
llegado a un punto, la fascinación y la alegría se convierte en
risa triste. El gran sabio, inventor de tanto, adivinador de
tantísimo, tan lleno de matemática, de razones, describe la tierra
en 2017:
“En
toda la tierra había un principio: un congreso de miembros elegidos
por todas las naciones que se ocupaba de resolver los problemas que
afectaban a toda la humanidad. Las guerras ya no eran posibles. Los
roces entre pueblos se resolvían siempre a través de vías
pacíficas. Los ejércitos estaban restringidos. Había una especie
de ejércitos de trabajo. En los últimos cien años toda la
humanidad había conseguido una vida feliz”
Ay
Tsiolkovskiy, Tsiolkovskiy... tanto estudiar, tanto razonar, inventar,
predecir, calcular, y me dices esto... no es con lógica con lo que
habrás de entendernos.
Me
despido pidiendo que vigilen los cielos, y con esta preciosa
escultura dedicada a Tsiolkovsky en la ciudad de Borovsk.
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