viernes, 24 de agosto de 2012


UNA PROFECÍA SIBERIANA.

Pareciera que hoy no tuviese nada que contar.
Así pudiera ser, si no hubiese llegado en mi ayuda la memoria. Llega así una imagen que creía olvidada, pero que los sucesos del mundo han despertado, allí donde estuviera.

Es la historia de una premonición divina.

Viene el recuerdo desde aquel invierno de hace diez años. Llega desde Irkutsk, la Salamanca de Siberia.
Vivía yo entonces en una residencia de estudiantes, en la calle Baikalskaya 32 (no lo olvido)

Un día, los obreros de la Plaza de Kírov apagaron las fuentes. Es extraña la memoria. No recuerdo si era una sola fuente, o eran varias. Tampoco recuerdo el rostro de ninguno de ellos: sólo la sensación de entender aquello como la señal de que se aproximaba el invierno, sensación que recuerdo mejor que la del propio frío.
Igual ocurría con la presencia cercana del Baikal. No sé que sensación era más poderosa, si la de ver aquel lago-océano frente a uno, o la de intuirlo siempre cerca, tras aquellas lejanas colinas, siempre presente, y tan atrayente como un imán. Sus imágenes, me temo, se me irán borrando de la memoria, pero nunca me abandonará el recuerdo de su presencia cercana.

(Aquel era un mundo diferente. Sin teléfono móvil, sin ordenador. El único contacto era un teléfono en el pasillo. Recibía una llamada a la semana desde España. Y aquel sótano de la calle Lenin, donde un hombre había abierto un negocio de algo llamado internet, algo que entonces me parecía magia).

Llegó el invierno y se quedó ahí, quieto. Cuando no huele a nada. Y fue el Invierno, con mayúscula. Los demás que he vivido, antes y después, han sido malas versiones de aquel, y algunos, absolutos fraudes.

A pesar del extremo frío, el ancho río Angará no se congelaba del todo, su fuerte corriente no se dejaba dominar. Tampoco ver. Cuando ese agua furiosa estaba más caliente que el aire, a menudo formaba espesas nieblas. Allí el aire estaba treinta o cuarenta grados más frío que el río.

Irkutsk, enteramente blanca en sus suelos, era invadida por la niebla: dentro de ella, a veces se veía nevar, a veces, entraba la luz del sol. Porque cierto es que la mayoría de los días eran soleados, y el cielo estaba limpio. El sol no calentaba, pero rebotaba con violencia en la nieve. Algunos llevaban gafas de sol por culpa del resplandor.

Anochecía pronto. La nieve se volvía amarillenta bajo las farolas, y azulada en los alrededores. No hay en Rusia ni un sólo rincón totalmente oscuro en las noches de invierno. La mínima luz que haya la refleja el suelo como un incendio, y las tímidas farolas se convierten en faros.

Cerca de mi residencia había un mercado al aire libre. Espero que allí siga. Nunca comprendí cómo aquellas mujeres, ancianas algunas de ellas, soportaban el día entero allí, a veinte, treinta, cuarenta grados bajo cero...

la memoria me ha ido borrando otras imágenes, pero ha conservado la de aquel mercado blanco, los pequeños puestos metálicos, las latas de carne, los pescados... y unas manchas amarillas...
A veces había que quitarles la nieve de encima para descubrir qué eran.
Plátanos. Amarillos y congelados.
En ellos, en una pegatina, estaban escritas las únicas palabras en español que vi durante todos aquellos meses: “Producto de Ecuador”
Con esos plátanos en el bolsillo, hacía menos frío.
Hoy entiendo que comía los plátanos correctos.

2 comentarios:

  1. Te agradezco el tenor de esta nota, además ya Julian Assange no es un peligro por haber publicado documentos secretos del gobierno de los Estados Unidos o por haber dejado a la vista la corrupción y la hipocresía de la política interna de las grandes potencias. Hoy Assange es peligroso por otra cosa. Si algún efecto está teniendo su presencia en la Embajada de Ecuador en Londres es el de hacer crecer exponencialmente el prestigio de Ecuador y de las democracias latinoamericanas que lo apoyan. Y créanme que en tiempos de crisis como los que vivimos con la legitimidad de los regímenes políticos europeos en horas bajas, que América latina se cuelgue la medalla de oro de la democracia tiene su importancia.
    Me quedo con esta última parte de este artículo aparecido en Público, haciendo un poco de contacto con tu memorable y cercano escrito.
    Te mando un fuerte abrazo
    Y si, Las Venas Abiertas se consigue en la Fnac o en la cuesta de Moyano.

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  2. No sé que diría Arguiñano sobre los plátanos sin las manchitas típicas Canarias... bueno, sí lo sé. Seguramente a día de hoy recomendaría el plátano ecuatoriano. Desde la prensa española, tan independiente y democrática, dicen que el presidente de Ecuador no permite la libertad de prensa que sí ofrece a Assange. Suecia se molesta porque cuestionan su estado de derecho. Luego le preguntan si extraditarían a Assange a USA y se hacen los suecos. Luego aparecen unas fotos de las presuntas agredidas sonriendo con Assange fechas después de cuando se produce la supuesta agresión sexual, pero eso no sale ni en la independiente prensa española ni en el estado de derecho sueco... que ha dado nóbeles a Kissinger, a ese brillante estadista.
    Pero para frío de verdad, y tú lo sabes, es el que se pasaba por la mañana camino de la estación para ir a la facultad. Eso era frío: no había rebeca que lo soportara. Hacía tanto frío que ninca podíamos ir a primera hora a clase.

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