UNA PROFECÍA SIBERIANA.
Así
pudiera ser, si no hubiese llegado en mi ayuda la memoria. Llega así
una imagen que creía olvidada, pero que los sucesos del mundo han
despertado, allí donde estuviera.
Es
la historia de una premonición divina.
Viene
el recuerdo desde aquel invierno de hace diez años. Llega desde
Irkutsk, la Salamanca de Siberia.
Vivía
yo entonces en una residencia de estudiantes, en la calle Baikalskaya
32 (no lo olvido)
Un
día, los obreros de la Plaza de Kírov apagaron las fuentes. Es
extraña la memoria. No recuerdo si era una sola fuente, o eran
varias. Tampoco recuerdo el rostro de ninguno de ellos: sólo la
sensación de entender aquello como la señal de que se aproximaba el
invierno, sensación que recuerdo mejor que la del propio frío.
Igual
ocurría con la presencia cercana del Baikal. No sé que sensación
era más poderosa, si la de ver aquel lago-océano frente a uno, o la de intuirlo
siempre cerca, tras aquellas lejanas colinas, siempre presente, y tan
atrayente como un imán. Sus imágenes, me temo, se me irán borrando
de la memoria, pero nunca me abandonará el recuerdo de su presencia
cercana.
(Aquel
era un mundo diferente. Sin teléfono móvil, sin ordenador. El único
contacto era un teléfono en el pasillo. Recibía una llamada a la
semana desde España. Y aquel sótano de la calle Lenin, donde un
hombre había abierto un negocio de algo llamado internet, algo que
entonces me parecía magia).
Llegó
el invierno y se quedó ahí, quieto. Cuando no huele a nada. Y fue el Invierno, con mayúscula.
Los demás que he vivido, antes y después, han sido malas versiones
de aquel, y algunos, absolutos fraudes.
A
pesar del extremo frío, el ancho río Angará no se congelaba del
todo, su fuerte corriente no se dejaba dominar. Tampoco ver. Cuando ese agua
furiosa estaba más caliente que el aire, a menudo formaba espesas
nieblas. Allí el aire estaba treinta o cuarenta grados más frío
que el río.
Irkutsk,
enteramente blanca en sus suelos, era invadida por la niebla: dentro
de ella, a veces se veía nevar, a veces, entraba la luz del sol.
Porque cierto es que la mayoría de los días eran soleados, y el
cielo estaba limpio. El sol no calentaba, pero rebotaba con violencia
en la nieve. Algunos llevaban gafas de sol por culpa del resplandor.
Anochecía
pronto. La nieve se volvía amarillenta bajo las farolas, y azulada
en los alrededores. No hay en Rusia ni un sólo rincón totalmente
oscuro en las noches de invierno. La mínima luz que haya la refleja
el suelo como un incendio, y las tímidas farolas se convierten en
faros.
Cerca
de mi residencia había un mercado al aire libre. Espero que allí
siga. Nunca comprendí cómo aquellas mujeres, ancianas algunas de
ellas, soportaban el día entero allí, a veinte, treinta, cuarenta
grados bajo cero...
… la
memoria me ha ido borrando otras imágenes, pero ha conservado la de
aquel mercado blanco, los pequeños puestos metálicos, las latas de
carne, los pescados... y unas manchas amarillas...
A
veces había que quitarles la nieve de encima para descubrir qué
eran.
Plátanos.
Amarillos y congelados.
En
ellos, en una pegatina, estaban escritas las únicas palabras en
español que vi durante todos aquellos meses: “Producto de
Ecuador”
Con
esos plátanos en el bolsillo, hacía menos frío.
Hoy
entiendo que comía los plátanos correctos.
Te agradezco el tenor de esta nota, además ya Julian Assange no es un peligro por haber publicado documentos secretos del gobierno de los Estados Unidos o por haber dejado a la vista la corrupción y la hipocresía de la política interna de las grandes potencias. Hoy Assange es peligroso por otra cosa. Si algún efecto está teniendo su presencia en la Embajada de Ecuador en Londres es el de hacer crecer exponencialmente el prestigio de Ecuador y de las democracias latinoamericanas que lo apoyan. Y créanme que en tiempos de crisis como los que vivimos con la legitimidad de los regímenes políticos europeos en horas bajas, que América latina se cuelgue la medalla de oro de la democracia tiene su importancia.
ResponderEliminarMe quedo con esta última parte de este artículo aparecido en Público, haciendo un poco de contacto con tu memorable y cercano escrito.
Te mando un fuerte abrazo
Y si, Las Venas Abiertas se consigue en la Fnac o en la cuesta de Moyano.
No sé que diría Arguiñano sobre los plátanos sin las manchitas típicas Canarias... bueno, sí lo sé. Seguramente a día de hoy recomendaría el plátano ecuatoriano. Desde la prensa española, tan independiente y democrática, dicen que el presidente de Ecuador no permite la libertad de prensa que sí ofrece a Assange. Suecia se molesta porque cuestionan su estado de derecho. Luego le preguntan si extraditarían a Assange a USA y se hacen los suecos. Luego aparecen unas fotos de las presuntas agredidas sonriendo con Assange fechas después de cuando se produce la supuesta agresión sexual, pero eso no sale ni en la independiente prensa española ni en el estado de derecho sueco... que ha dado nóbeles a Kissinger, a ese brillante estadista.
ResponderEliminarPero para frío de verdad, y tú lo sabes, es el que se pasaba por la mañana camino de la estación para ir a la facultad. Eso era frío: no había rebeca que lo soportara. Hacía tanto frío que ninca podíamos ir a primera hora a clase.