MISTERIO
GEOMÉTRICO
Me
atrevo a proponer un impactante enigma.
Una
cuestión incluso más extraña que esta otra que cita, pero de la que no
habla, el periódico: la de las tormentas tropicales que, cada año,
pasan sobre Cuba como un viento mojado y molesto, pero que cuando
llegan a Estados Unidos, de repente, se llaman “Huracanes”,
apocalipsis, y se llevan volando miles de casas, vacas, animadoras
del equipo de rugby, inundan ciudades, desaparecen los sheriffs...
Qué
cosa tan rara es la naturaleza.
Es
el misterio de cómo esta ciudad, Moscú, mi Moscú, crece y crece,
como una mancha de aceite, y, sin embargo, cada día es más pequeña.
En
otras palabras, sobre como Moscú crece en todas direcciones pero que
cada día tiene menos kilómetros para ser paseada.
Habré
de dar unas instrucciones técnicas: el gigantesco centro de Moscú, y desde
hace cientos de años, tiene pocas calles principales, aunque muy
grandes. En las zonas que quedan entre ellas están las casas,
formando cuadrados, patios interiores, los deliciosos “dvorí”,
de diferentes tamaños y formas, y que siempre fueron la olla donde se iba
cociendo la vida, la conversación, la sociedad. La gran mayoría de
los edificios de esta ciudad muestran a la calle principal su cara
trasera, pues las puertas de acceso, la fachada principal, está
dentro, en esos patios, a los que hay que introducirse, a veces, por
melancólicos arcos, cambiando de ruido, de paisaje, casi de
dimensión en unos pocos metros.
Esos
patios se conectan unos con otros, creando caminos, espacios comunes,
paseos alternativos a la ruidosa calle. Antes, mucho menos hoy, se
podían atravesar grandes zonas de Moscú en un continuo silencio,
alejado de las tumultuosas vías.
Pero
cuando aparecieron los propietarios... aparecieron las vallas.
Poniéndose
de acuerdo los dueños de las casas de cada patio, (dicen que para
guardar sus coches dentro), para encerrarse allí, o para encerrar al
resto de la ciudad fuera, han ido vallando los accesos, cortando el
paso.
Y
los paseos se encuentran con esas verjas, y muchos pasos se quedan
sin dar. La maldita valla, los malditos barrotes han ido cortando
caminos que llevaban ahí cientos de años.
A
la calle, a los coches, dicen. A ver sólo las espaldas de la ciudad.
Se acaban los caminos alternativos.
Cuantos
kilómetros se habrán perdido ya en Moscú... muchos. Alguien estará
pensando que también en Madrid, en barrios nuevos, como Sanchinarro
por poner un ejemplo, los edificios también están cerrados. Pues
que ardan. Pero es cierto que tienen la gran ventaja de ser lo
suficientemente feos para no querer ir a pasear por ellos.
Pero
el viejo Moscú, los entrañables dvorí, los patios-patria de tanto
poeta, músico, vecino, niño, fantasma, borracho... de tanta
historia, belleza y silencio... ahora tras la valla... tras la que,
con mirada triste, se ven esos coches caros, esos señores a los que
les asustaría mi acento de inmigrante ilegal...
Está
de moda entre algunos rusos, entre los que se lo pueden permitir, la
sana libertad de viajar por el mundo de forma obsesiva. Pero ninguno
piensa en la prohibición de viajar por partes de su ciudad. Se
quejan, esos mismos, de la poca amabilidad que hay en Moscú: no
te daré los buenos días si me acabas de prohibir cruzar por “tu”
patio.
Y
de esta forma tan triste queda resuelto el problema geométrico de
cómo Moscú, creciendo, cada día es más pequeña, pues el espacio
sólo existe si se puede pasar por él.