miércoles, 26 de diciembre de 2012


LA CANCIÓN DEL PETREL.

“Eso de lo dirás a todas”... y era verdad, Lenin, a veces, se repetía.
“Es el espejo de la Revolución”. Repartía el piropo a diestro y siniestro: Pushkin, Chernishevskiy, Chéjov, Herzen, Gógol...todos, y quizás llevase razón.
Pero no, Lenin no se repetía tanto, no tanto como debiera. La memoria popular es la que ha otorgado ese apelativo de “Espejo de la Revolución”, parafraseando a Lenin, a cualquiera que fue escritor o poeta. Y quizás también lleven razón.
Vladímir Ilich sólo otorgó esos honores a un escritor: a Lev Tolstoy.


A otro lo galardonó de la siguiente manera: “Eres el Petrel de la Revolución” - le dijo. En ruso el pájaro petrel se dice “Burievestnik”, “el que trae la tormenta”.

Ese honor no podía ser para otro que no fuera Maxim Gorki.

¿Cuándo le dimos la espalda a Gorki? ¿Por qué pasa de largo en nuestras conversaciones? ¿Demasiado triste?
En español hay muy pocas traducciones: es fácil olvidarlo. ¿Pero, y en Rusia? En realidad, no lo olvidan, simplemente no lo nombran.

Cuando llegaron los señores hace veinte años, la Avenida de Gorky fue la primera en ser cambiada de nombre, por el insípido “Tverskaya”, que no significa nada, simplemente, que por allí se va a Tver.
No cambiaron el nombre de ningún general, de ningún político. Eliminaron el nombre de un escritor, de un gigantesco escritor.


Porque sí, Gorki fue un gigante. Vivir sin él es dar la espalda a una época entera, a hombres y mujeres de los que nadie escribió nunca. Sin Gorki, las revoluciones de 1905 y 1917 parecen sucesos espontáneos, un barrunto, una pataleta.
Sin la influencia de Gorki, los periodistas han descubierto este año que en Rusia hace frío en invierno. Cientos de muertos después, le echan la culpa al frescor de la mañana...
Sin Gorki, nos quedamos sin los nombres, los sentimientos y las verdades de esos mendigos, sin sus noches de soledad en las calles heladas, sin sus porqués ni sus cómos.

A Nabókov no le gustaba. Escribió muy enfadado sobre él en sus clases de universidad en EEUU. Eligió para zurrarle el segundo relato de juventud de Gorki. Respetable. A Nabókov nunca le gustaron los niños esclavos, ni los rincones malolientes, ni la suciedad, ni los mendigos, ni conversar con las prostitutas. Odiaba el mundo sin brillo, ese espacio donde no existe lo sublime. También es cierto que hubiera perdido su trabajo si hubiese dicho lo contrario.
A Tolstoy y a Chéjov les gustaba muchísimo. Más a Bábel, sobre todo desde que le diera aquel consejo de dejar de escribir un tiempo y mezclarse con hambrientos, bandidos, con hombres y mujeres de toda calaña. El resultado fue fabuloso: Caballería Roja.

Lenin tenía imaginación para lo que quería. Era capaz de inventarse caminos donde no los había, pero no gastaba tanta imaginación poniendo motes.
“Petrel de la Revolución”, el trae-tormentas, venía de un famoso texto de Gorki que llevaba ese nombre, “La Canción del Petrel”
Se trata de eso que llaman poema en prosa. Son los peores para traducir. Sin apoyo de rima alguna con la que camelar al oído, basan su ritmo en la sonoridad propia del idioma, diferente a la de otros.

Elijo, no obstante, la “Canción del Petrel” porque me gusta. También porque es uno de ese puñado de cosas que viven aun en la memoria de cada ruso, uno de los himnos. Hay que cantar esa canción hoy, cuando la quieren eliminar en los colegios, cuando demuestran que les sigue doliendo.
Fue escrito en 1901, y su carácter valiente y profético es evidente. Por cosas como esta no dejaron a Gorki ingresar en la universidad.

LA CANCIÓN DEL PETREL


“Reúne nubes el viento sobre la gris llanura del mar. Entre las nubes y el mar vuela el petrel, como un rayo negro.
Con sus alas corta las olas, hacia las nubes remonta como una flecha, y grita, y las nubes escuchan alegría en su valiente clamor.
Ante la tormenta las gaviotas gimotean, ante la tormenta sobrevuelan el mar confundidas, y en sus fondon quisieran esconder su miedo.
Gimen las gavias – a ellas no les llegará nunca el sabor de la lucha por la vida: les asusta el estruendo del trueno.
El tonto pingüino, vergonzoso, esconde su grasiento cuerpo entre las rocas... ¡y sólo el petrel vuela alto, orgulloso, valiente y libre sobre la gris espuma del mar!
Sobre el mar se precipitan oscuras y bajas nubes , y cantan, se levantan las olas para encontrarse con el trueno.
Retumba el trueno. Las olas lanzan alaridos en su lucha contra el viento. Las abraza el viento, y con un manotazo de furia salvaje las arroja contra las rocas, haciéndolas polvo y salpicada masa de esmeralda.
Grita y vuela el petrel, como un rayo negro, como una flecha atraviesa las nubes, corta con sus alas la espuma de las olas.
Ahí va, demonio negro de la tormenta, y ríe, y grita...¡de las nubes se ríe, de alegría llora!.
En la furia del trueno, pequeño demonio, harto de escuchar el cansancio, cree, cree en que las nubes no pueden ocultar el sol.
El viento sopla... Retumba el trueno...
Como llamas azules arden los rebaños de nubes sobre el mar sin fondo. El mar agarra las flechas de los rayos y los apaga con su vorágine. Los rayos, como serpientes de fuego, golpean el mar con su reflejo mientras se apagan.
-¡Tormenta! ¡Se desata la tormenta!
Grita valiente el petrel entre los rayos, sobre los furiosos alaridos del mar; grita la profecía de la victoria:
-¡Más fuerte, tormenta, más fuerte!”

martes, 18 de diciembre de 2012



SOBRE EL FIN DEL MUNDO.



Adoro los días de invierno, cuando se congelan los pelos de la barba y del bigote. El aliento va formando tempanitos en ellos, y yo los voy chupando. El pelo añade al vaho congelado las sales minerales necesarias para el organismo. Respiro y me alimento a la vez. Es una forma de ahorro.

Kazarmenniy Pereulok
Caminamos por el Callejón “Kazarmenniy”, y por el Bulevar Pokrovskiy. Vamos siguiendo los pasos de esa novela mítica, “Las doce sillas”, de Ilf y Petrov. Son estos los últimos barrios antiguos y supervivientes al plástico. Me gustan, a veces me recuerdan a Odesa... esa ciudad que tanto recuerda al viejo Moscú.

¿Será en este patio donde encontró Ostap Bender la silla número siete? ¿Será esa la casa donde aquellos tres escribían una ópera para el Bolshoy llamada “El rayo de la muerte”? ¿Escribía en este patio Liapis Trubetskoy ese poema mecánico en el que cambiando un sustantivo de cada verso, resultaban infinitos poemas nuevos? Quiero pensar que sí, anima el paseo.

Vamos hablando de lo inminente y lo inevitable: el fin del mundo. Bromeamos, decimos barbaridades, echamos unas risas. Pero alrededor, en buena parte de esta ciudad, existe un profundo temor.

Para nosotros es un tema jocoso, pero lleva a un tema más delicado: las nuevas creencias en Rusia.

Hoy, por aquí, se cree en cualquier cosa, menos en el hombre.
Rusia siempre fue un país religioso, sujeto radicalmente a una fe y a sus contradicciones, hasta tal punto, que fue la cuna de la extrema negación de dioses y destinos: el Nihilismo, padre del ateísmo, que es, de cierta manera, una cuestión de fe.

Los comunistas entendieron perfectamente esa condición religiosa endémica, y, luchando contra las viejas creencias, hicieron de la suya una nueva religión, construyeron bajo tierra catedrales, estaciones de metro que sustituían una fe por otra (en mi opinión, mucho mejor encaminada y justa).

Hoy, la nueva fe es el dinero, un nuevo dios al que los rusos rezan en inglés.

Pero no ocupa esta nueva fe tanto hueco vacío en el alma de muchos rusos.
Se prueba con la Iglesia Ortodoxa, pero tampoco satisface tanta necesidad espiritual. Deberían probar a dar misa en los McDonald, y en inglés.
Pero, además, Rusia fue uno de los últimos países europeos en cristianizarse. Apenas mil años atrás. Los dioses paganos y sus tradiciones, los espíritus de los pantanos y los dragones siguen muy presentes (mitología que, si bien el comunismo no fomentó, si mantuvo viva, al ser estudiada como hecho histórico y antropológico al mismo nivel que el cristianismo).

Y un último añadido: el fomento de la ignorancia y la pseudo-ciencia.

La palabra “Etrusco”, significa : “Es ruso”, de ahí que Italia la fundasen rusos”
Rusia, Ra-sía, viene de la palabra “RA”, dios del sol egipcio... con eso se demuestra la participación de los rusos en la construcción de las pirámides...”

Cosas semejantes se dicen, se publican, se venden. Se extienden por el pueblo, un pueblo que está ya lejos de las universidades y las cátedras. Y todas esas cosas suelen tener un matiz, una intención, extremadamente nacionalista, peligrosa.
El método favorito de los “sabios” es el de coger palabras sueltas del ruso, buscar palabras parecidas por su sonido en otros idiomas, y, saltándose cualquier ley lingüística de formación, origen o desarrollo de las palabras, terminan “demostrando”, por ejemplo, que todos los idiomas vienen del ruso, que los rusos reinaron una vez en el mundo... y cosas de ese estilo. (En Ucrania es todavía peor, e inventándose una raíz del nombre de su país, que significa “junto a la frontera”, “demuestran” su origen en pueblos mesopotámicos y en los fundadores de Troya, y lo que es terrorífico: de eso se habla en las escuelas)

La pseudo-ciencia y el ardiente fervor “místico” se combinan, se reproducen... ocupan espacio las sectas, las adivinas, el tarot...

Profesor Andrey Anatolevich Zsalisniak
Aparece en la conversación el Profesor Zsalisniak. Miembro de la Academia de Ciencias de Rusia, (el Cerebro de oro). Doctor en Filología y tal vez el mejor lingüista del país.

El bueno del Profesor lleva años corriendo de una esquina a otra de Moscú, va perdiendo el aliento, luchando contra la tontería. Se agota escribiendo en pizarras demostraciones de que no, que “Bruselas” no significa “tierra de los bielorrusos”, que “Perú” no tiene nada que ver con la palabra rusa “Piervo” (primero), es decir, que los rusos no descubrieron América...

A sus conferencias van cientos; los libros que mienten con alevosía tienen miles de lectores. Está mucho peor vista la verdad que la Pseudo-historia, escrita por pseudo-científicos que ganan millones que no son pseudo (“pseudo”, del griego antiguo: “falso”, “no verdadero”; en griego moderno significa “Unión Europea”).

De todo esto a una numerosa creencia en el fin del mundo va un pequeño paso. Llaman la atención unas estadísticas que dicen que EEUU es el país más creyente en el fin del mundo del día 21. Después va Rusia. Nunca me dejará de sorprender lo rápido que se extiende la ignorancia, y como la ignorancia hace que todos nos terminemos pareciendo.

¿Qué pasará cuando el día 22 salga el sol? He visto tanta promoción y tanto miedo en una parte de la población, tanta duda respecto al fin de los días, que me atrevo a afirmar que sí, algo cambiará después. Habrá mucho desilusionado, mucho sorprendido, mucho nuevo profeta con cálculos nuevos.
Pero, sinceramente, no dejará de ser una anécdota, y a nadie hace daño que se hable del fin del mundo, aunque cierto es, que el miedo es el mayor negocio que existe.

Preocupa mucho más el tema hablado, el de las creencias en mentiras absolutas sin el menor indicio, la revisión de la historia a través de leyendas, de mitos, de magias y mentiras... con un fuerte componente nacionalista: el más peligroso elemento que vive hoy en Rusia. A nadie se le escapará que todas esas nuevas teorías recuerdan con claridad a los que buscaban a los arios primitivos.

Como contraste, y para desgracia de muchos, el edificio más grande de la ciudad sigue siendo una universidad. El fin del mundo llegará cuando deje de serlo.


martes, 11 de diciembre de 2012


SÓLO UNA BUENA HISTORIA.


Leo sobre una noticia real que es una buena historia. Una de esas que excita la imaginación y la duda.

Siento que en España no se den historias con detalles similares, pero es que en España no nos dedicamos a estas cosas. En España hacemos cosas mucho más inteligentes, como por ejemplo, preocuparnos por China y sentir un entrañable cariño por sus pueblos. Con grata sorpresa he ido descubriendo esta semana el profundo conocimiento que de la historia y la literatura de ese país tenemos los españoles. Bueno, yo no, no he leído a Mo Yan, el nuevo premio Nobel. Pero sé que se han enfadado mucho con él. Esperaban una quema pública de un retrato de Mao, y aquel se negó.

Los periodistas españoles acusan al bueno de Mo Yan de no hablar. Olvidan esos periodistas españoles que ahora se preocupan tanto por el pueblo chino, que escriben sobre una tierra bajo la que hay miles de cadáveres sin nombre, que pasan con sus coches frente a cunetas llenitas de huesos de fusilados que no quieren encontrar.
Ninguno de estos exigentes periodistas pidió a Camilo José Cela que hablase de esas cunetas cuando recogió su premio.

Pero yo sólo quería contar una buena historia recién leída. Como las buenas historias, cuenta otras si acaso más interesantes.

Comienza como una tradición rusa. Esa de los amigos que se marchan a cuatro o cinco mil kilómetros de su casa, a la taiga, de pesca. Igual de tradicional es que se pierdan, y que se den casos de desaparecidos que han encontrado a perdidos, de perdidos que han encontrado a los policías que habían ido a buscarlos y señores que se habían ido a por tabaco.

Ocurrió en septiembre, por las cristalinas aguas del Río Sutam. Yakutia. Casa de lobos, osos, tigres y momias de Mamut. Temperatura media del lugar ese mes: - 5º.

Llevaban los cuatro amigos un mes de pesca cuando quisieron volver a casa. Uno llamó a su hermana: no podían salir de allí, el río había sufrido una fuerte subida (se encontraban en una isla) . Temperatura media en octubre, -10º.

Un mes después, sin noticias, la familia empezó a preocuparse, y avisó a la policía. Comenzaron a temer que pudiera haber pasado algo.
Temperatura media de esa zona del río Sutam en noviembre: -24º.

El ejército ruso, experimentado en búsqueda de buscadores de setas, pescadores, camioneros y otros miembros del ejército, empezó a rastrear cientos de kilómetros y taiga virgen. Volaba un M8, un avión militar. Imposible acceder allí por tierra.

28 de noviembre.

Unas semanas después, y buscando ya entre la nieve, la policía encontró un refugio de cazadores. Uno de esos que Dersú llamaba "Fanzá", en idioma nanai, "Casa de chinos pobres". 
Allí los cuatro amigos habían dejado una nota, por si iban a buscarlos:
“Hemos pasado aquí unos días. Hemos cogido algunos víveres” - y dejaron tres mil rublos junto a la nota, por los gastos. 
Buena gente.

Pasados unos días, encontraron a dos de ellos. Estaban famélicos, y con varios dedos congelados. Habían pasado tres meses en la taiga.
Los llevaron al hospital más cercano. Les preguntaron por los otros dos chicos. No sabían nada.

Un tiempo después, encontraron al tercero.
Le habían cortado la cabellera.
Le faltaban varios trozos de carne más.
“Parecen heridas de hacha” - comenta la policía.

Volvieron al hospital, a interrogar a los hospitalizados. Pero no estaban. Se habían ido. Todavía los siguen buscando.

“Sería el cuarto caso de canibalismo en la región este año” - apunta un alcalde.

Y no los encuentran. La familia no sabe nada y vuelve a denunciar su desaparición.

“En la policía sospechamos, incluso, que no eran pescadores”

Investigaciones recientes indican que, posiblemente, no eran peces lo que buscaban.
Indican que pudieran ser buscadores de oro. Los que se fueron del hospital habrían vuelto a por algo que dejaron en algún lugar.

“No sabemos si se lo comieron porque estaba muerto o lo mataron para comérselo” - duda la policía.
"El significado del corte de la cabellera nos resulta extraña. Hay partes del cuerpo más carnosas"

¿Y el cuarto hombre?
Algunos apuntan que habrá que esperar a encontrarlo hasta la primavera o el verano, cuando la nieve se derrita.

En Rusia, a los cadáveres que aparecen en primavera debajo de la nieve se les llama “Podsnezhniki”
El mismo nombre llevan unas hermosas flores amarillas y azules, que son las primeras en aparecer con los deshielos, bajo el manto blanco.

A día de hoy, seguimos sin novedades respecto al caso. Siguen buscándolos. 
Temperatura de hoy en Neriungri: -37º.

domingo, 2 de diciembre de 2012


EL REGRESO DE TARÁS.


Antes de que la nieve me posea y no sepa ver nada más, antes de que empiece a escribir cosas terribles como “blancos copos se posan en el suelo”... Antes de que eso ocurra, voy a contar un chiste, siberiano e invernal, recién contado, fresco, buenísimo (todos los chistes me parecen buenos, sobre todo los malos)

Dice que un amigo moscovita llama por teléfono a su amigo de... Novosibirsk, en Siberia, pues ha visto en la televisión que por allí están a cincuenta grados bajo cero:
-¿Qué tal por allí?
-Bien.
-¿Hace mucho frío?
-No mucho, sólo estamos a veinte grados bajo cero.
-¿Sí? He escuchado que estabais a cincuenta bajo cero...
-¡Ah! Bueno, sí, pero eso es en la calle, dentro de casa estamos bien.

Pero en realidad yo quería hablar de otra cosa. Sobre la Plaza de la hermosa y verde Estación de Ferrocarril Bielorusskaya.
Vas andando y los ves. A caballo, con ropas oscuras, altos gorros de astracán... uno se acerca a avisar a un hombre que está aparcando su coche donde no debe. No, con este no valen los sobornos... miras, miras, te lo crees, no te lo crees... ¡cosacos!

Pues sí, cosacos patrullando por Moscú. Guardando el orden público.
Qué bonito, qué gracioso, un cosaco precioso. Muy exótico, muy sugerente...

Pero, ¿quiénes son los cosacos y qué hacen aquí?
Con la respuesta a lo primero, se contesta a lo segundo.

Siempre existió la costumbre en Rusia, y en la Unión Soviética, de que cada historiador aportarse una nueva teoría al origen de los cosacos. También existía la tradición de que cada cosaco se enorgulleciera de un origen diferente al cosaco de al lado.

Fueran de donde fuesen, y desde hace muchos siglos, siempre fueron la vanguardia del Ejército del Zar, tan vanguardia, que ni siquiera formaban parte de ese ejército. Vivían en las zonas fronterizas, protegiéndolas, o se lanzaban a conquistar Siberia. A cambio de la fidelidad y el servicio, recibían una casi total autonomía en las tierras que ocupaban.
Hasta el 1861, cuando se abolió la esclavitud en Rusia (y se cambió por el pago mensual del alquiler de los campesinos por las tierras del terrateniente), la única manera que tenían los campesinos de huir era la de correr... y llegar a un asentamiento cosaco, a los que pasaba a formar parte o a trabajar a sus servicios.

A veces, como en todos sitios, había líos con esas concesiones del Zar... hubo varias revueltas, la de Pugachov, la de Razín, Bulávin... satisfechos sus deseos, volvían a ser su élite, sus guardianes, sus legionarios, libres por sus rincones. Pero tras siglos de reyes enfrentados, de exotismo militar y leyendas heroicas contra polacos, tártaros... llegó la Revolución de Octubre.
Difícil momento para los cosacos, que tan bien vivían. Los había ricos y los había pobres: Estos últimos se unieron al Ejército Rojo, pero la gran mayoría se alistó con los pro-zaristas.

Cuando perdieron la guerra, huyeron a Europa... y poco se supo de ellos hasta el 1936.
Fue en España. Entraron en ayuda de los ejércitos fascistas.

Un voluntario soviético, luchando en el Jarama, dejó escrito en sus memorias:

Nunca olvidaré este suceso.
Escena de la película "Chapáev"
Hacia nuestra posición venía al galope un grupo de jinetes. Nos impactaron sus vestimentas: en los hombros llevaban capas de fieltro, en la cabeza gorros cilíndricos de pelo... ¡Lo ves y no lo crees! ¡Cosacos de Kubán! ¡Aquí, en el Jarama! Y para colmo ¡empezaron a hablar con nosotros en perfecto ruso!
De la conversación supimos que frente a nosotros teníamos a verdaderos cosacos, que emigraron en su día con los restos del destruido ejército blanco. Su intención era ahora la de expiar su culpa frente al pueblo y después de la guerra poder volver a casa. Los cosacos se colocaron en una casa vacía, no lejos de nuestros tanques. Pero ahí que en uno de sus vuelos los “Junkers” alemanes lanzaron sobre esa misma casa una bomba. Muchos de nuestros nuevos conocidos murieron

Mientras esos cosacos luchaban por entrar en Madrid, en los cines y teatros de la ciudad los madrileños veían la película más famosa de la guerra: “Chapáev”. Película soviética que narraba las luchas del héroe del Ejército Rojo que destruyó a las tropas de cosacos en las zonas del Volga y los Urales.

Y aquí están otra vez, defendiendo fronteras... ya no líneas imaginarias entre países. Las fronteras que defienden hoy se dibujan en los bolsillos.

viernes, 23 de noviembre de 2012


EL PARAÍSO Y EL MINISTRO.

Moscú ha amanecido radiante, feliz.
Brilla, sonríe, cree.
Yo también. Soy muy feliz desde que han abierto cerca de mi casa un Hospital para el Herpes.
Pero la ciudad no comparte mi gozo, tiene otro: por las calles vuela un rumor. España va a conceder la ciudadanía a aquellos extranjeros que compren una vivienda de 160.000 euros.

¿Quién le iba a decir al pueblo ruso que el pueblo elegido era él, el primero que habrá de entrar en el paraíso, en la tierra prometida, en España?
¿Y qué son ciento sesenta mil euros para un rico ruso?
Nada, una broma, una propina.

Manteniendo una taza de té entre las manos, dos jóvenes, estusiasmadas, hablan como de religión, de la salvación de sus almas. Un señor se afloja la corbata mientras hace una rápida llamada de teléfono, y habla de teología numérica, de créditos y pluses.
(Y yo soy un representante del paraíso del que hablan.
O un ángel caído. Un mal español.
Lo soy porque hablo de suicidios provocados por la banca, de millones de personas sin trabajo, de policías sin vergüenza, de corrupción, de sueldos míseros... cosas todas ellas de las que los rusos parecen querer ser los únicos poseedores).

Siguen haciendo cuentas, llenos de ilusión. Cuando cuadran, se escuchan grititos de placer, suspiros... los que nunca tendrán ese dinero los miran llenos de envidia sana... “Conseguir la ciudadanía”' - susurran- ... jadeos.
Por momentos, me contagio, también siento esa envidia... ser ciudadano español... eso debe ser maravilloso; cómo me gustaría ser un rico ruso para conseguir la ciudadanía de ese país del que hablan.

¿Y cómo decirles que ese paraíso no existe?
En realidad, no sé si no existe. Nunca he visto los hoteles y los restaurantes de los que hablan, ni he estado jamás en un apartamento con vistas al mar, ni he probado ningún cocktail tropical en no sé qué discotecas... más allá de un tercio de Mahou en el Quinito, la Peña del Atleti.
Tampoco han visto ellos esa España que sí es mía, y que duele tanto.
Tampoco conozco yo esa Rusia que te da 160.000 euros para comprar una casa en España. Ni quiero conocerla.
Sea como fuere, lo cierto es que llevan algo de razón en su insistencia en el sol y las playas: los grados de más son ya casi la única diferencia entre los dos países.

Alarmada Rusia por los grandes éxitos del ministro español de Cultura, no quiere quedarse atrás.
El ministro ruso de Educación, Dmitri Livánov es un grande. Tiene cara de tonto y es un hijo de la gran puta.
Su última aportación se refiere a su sorpresa al saber del sueldo de 30.000 rublos que ganan los profesores en la universidad.
(Urge apuntar que yo fui uno de esos profesores, y que mi sueldo eran 12.000 rublos, unos 300 euros, y sé que es el que siguen recibiendo hoy. Los pluses sólo existen gracias a los sobornos, y en la Facultad de Filología de la MGU, la principal Universidad del país, llevan seis meses sin cobrar)
Pero la noticia no es su absoluto desconocimiento de aquello en lo que manda.

Deben ser profesores de poco nivel para aceptar tales sueldos” - dice.

No sólo dobla imaginariamente el sueldo real de esos profesores, sino que insulta directamente al mayor tesoro que queda en este país: profesores que aun en la penuria aman su profesión y no la abandonan, poniendo dinero a veces para comprar el material que no llega.
Y añade, el perla, un término que se está haciendo muy popular en Rusia: efectividad (dinero)
Bajo la amenaza de “poca efectividad”, pronto van a cerrar otras cuatro universidades en Moscú: El Instituto de Moscú de Arquitectura, El Instituto de Literatura Gorky, El Instituto Estatal de Humanidades, y el Instituto de Pedagogía, todos públicos.

En los edificios abandonados se organizará un imperio, y en el imperio habrá una “Madame”, emparentada con el ministro. En las habitaciones que queden libres se abrirán inmobiliarias de compra-venta de viviendas en España.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

7 DE NOVIEMBRE


El pasado miércoles, el día 7 de noviembre pasó en silencio, cayó como uno de esos árboles que caen en la selva, que no se sabe si hacen o no ruido si nadie los escucha caer.

7 de noviembre, el de 1936, cuando Franco y los suyos pretendieron tomar Madrid...
O el 7 de noviembre de 1941, cuando Hitler planeaba capturar Moscú...
Eran hombres a los que no les gustaban las coincidencias.
Y fracasaron. Mal día para ellos, el 7 de noviembre. Su día más odiado, el que más les duele.

Quizás su disgusto se debiera a aquel siete de noviembre, 25 de octubre según un viejo calendario, de 1917.
   
Crucero "Aurora", hoy museo

Ese día disparó el “Aurora” sobre el cielo de Petrogrado; tintinearon con el estruendo los cristales de las lámparas palaciegas. Hombres como tormentas, tormentas de hombres corrían hacia los telégrafos, las centrales eléctricas... 
Horas después llegaba un telegrama a Moscú. Tras diez días de lucha tomaron el Kremlin.



También en esos días las dos grandes ciudades del país mostraron su carácter: en Petrogrado, San Petersburgo, la acción fue la de un ballet sincronizado, una partida de ajedrez. El enemigo no tuvo tiempo para la reacción, fue un juego de mayorías y algunos disparos... y educadamente, como es típico en aquellas tierras, el enemigo, razonablemente, dejó pasar la ola roja que barría la ciudad, y, con la misma mesura, gesto serio, llamó a sus amigos europeos para empezar a preparar una guerra civil contra el futuro e inevitable gobierno.

La díscola y pasional Moscú, que ya hacía tiempo había perdido su cordura inventando y construyendo San Petersburgo en un pantano, nunca fue tan educada, y el enemigo no tuvo la misma sangre fría que en el norte. La batalla estalló barrio a barrio, trinchera a trinchera... hubo cientos de muertos. En la calle Tverskaya se formaban las primeras unidades de voluntarios pro-zaristas que se autodenominaban “blancos”...

Valentín Kataev
Pero un buen día, Kataev (otro de esos muchos que pudiera ser “el mejor prosista en ruso del siglo XX”), me puso en sobre aviso.
Él, que vivió y describió tanto aquella revolución, admitía ya en su vejez que muy pocos de ellos, de los poetas y escritores, habían sabido describir fielmente “esos días que conmovieron el mundo”, como escribía John Reed.
Argumentaba Kataev que los acontecimientos habían sobrepasado el talento de todos ellos, también su atención, y que, sobre todo, se habían dejado arrastrar por la influencia de las viejas imágenes de la Revolución Francesa, plasmadas en tantos cuadros y libros. Aquella otra revolución había influido, como un filtro negativo, como un patrón, en su trabajo, en su recreación de los hechos.
Kataev salvaba de esos errores a Mayakovskiy, “el único que imitó con versos el ritmo trepidante de aquellos días”. No recuerdo si salvaba también (o debería haberlo hecho), a Blok, y sus “Doce”.

Entonces, ¿cómo fue?, ¿cómo imaginarlo?, ¿a qué olía?, ¿qué se oía?...
Admito mi fascinación por los “Doce”, de Blok. Su extraordinario poema, en el que cada estrofa imita el ritmo de una canción popular de la época, la nieve, las farolas, los muertos y, sobre todo, la última imagen de Jesucristo enarbolando una bandera roja, encabezando una marcha... pero, evidentemente, la imaginación fabulosa de Blok sirve más para entender la fascinación del momento que para elaborar una imagen fiel del paisaje que rodeó a todo aquello.

He intentado, durante mucho tiempo, acercarme a los detalles olvidados, quizás, a los menos importantes, tan difíciles de encontrar, y que intento recomponer.

"¡Ciudadanos!
Hoy el milenario "Ayer" se fragmenta
Hoy se revisan los cimientos más profundos
Hoy,
Hasta el último botón de la vestimenta
Rehacemos la vida y el mundo"

Vladímir Mayakovskiy


Era ya de noche en Petrogrado. El cielo estaba muy encapotado: hacía pocas horas había llovido. Días antes, había nevado copiosamente. Las pocas farolas de la ciudad alumbraban en el suelo masas viscosas de charcos de nieve y barro. Los montones de basura se acumulaban en las calles.
Los puentes de la ciudad estaban levantados sobre el río. Así lo había ordenado hacer el gobierno para entorpecer el paso de las manifestaciones de unas islas a otras.
Olía a humo y a nieve húmeda. Miles de soldados hacían guardias alrededor de improvisadas hogueras, a las que se acercaban mendigos y perros callejeros a calentarse.

Durante el 25 octubre, hasta la noche, la ciudad miraba nerviosa y febril a cada uno de sus rincones. Se abrió el Congreso, tomó la palabra el presidente, Kerenskiy... Mientras hablaba, fueron ocupados por obreros y soldados el telégrafo, el centro de prensa y el Palacio Marinsky.
A la caída de la tarde se fueron encendiendo las luces de la ciudad, escasas.
Sólo el ruido de los tranvías, algunos automóviles y el silencioso, y sospechoso, paso del crucero “Aurora” sobre las aguas del río.

Sólo mi adorado Mijaíl Koltsov describió con detalle aquellas horas de tensión, el contraste entre el silencio en la calle y el griterío en los cientos de reuniones de asambleas en sótanos, salas abarrotadas. Se esperaba la respuesta del gobierno al ultimátum que se le había lanzado.

Silencio, silencio, tensión, impaciencia y silencio. Por instantes caía una fina y débil lluvia sobre la nieve, que se fundía.

Y Lenin dio la señal a los marineros; El "Aurora" disparó al aire, y miles de hombres y mujeres saltaron a la calle nocturna, a la oscuridad manchada de farolas, corrían hacia el Palacio de Invierno. Otros corrieron a la central eléctrica a cortar la luz.

   
Palacio de Invierno
Después, el aire se llenó de olor a pólvora. Gritaban los que atacaban y gritaban los que se defendían. Pequeñas orquestas tocaban “La Marsellesa” y "La Internacional". 
Las balas volaban hacia y desde el palacio.Algunos cayeron heridos, otros pocos, muertos. En el Palacio de Invierno gritaban los ministros, buscaban los interruptores, gritaban algunos heridos de la Primera Guerra Mundial, alojados en una de sus salas. Hay quien dice que el palacio se tomó desde dentro.

Las calles de Petrogrado el día 26 de octubre eran grisáceas, gris era el cielo, y rojas las banderas que pululaban por la ciudad.

No fue tan sorpresivo en Moscú. Un par de horas después de que empezasen los movimientos en Petrogrado, llegó un telegrama. Aquella noche fue de reuniones y planes. Los rumores invadían los viejos callejones y patios de la ciudad. A la mañana siguiente, dos bandos armados y furiosos tomaban posiciones.
Primeros muertos: en la Plaza Roja murieron tres obreros. Un día después los blancos ocupaban el Kremlin. Desde ese día la batalla era de fuera hacia dentro. Los “blancos” defendían el centro, los “rojos” iban ganando poco a poco los barrios de la periferia. Había batallas en cada esquina.

Hacía mal tiempo, mucho frío. No se sabía si era nieve o lluvia lo que caía. Todos recuerdan el fuerte viento de aquellos días.

Muchos de los rostros de los combatientes eran muy jóvenes. Los blancos usaron cadetes, casi niños que luchaban a las órdenes de generales que estaban lejos. Estudiaban esos niños en las únicas escuelas, militares, donde se aprendía gratis y se comía a diario (esos mismos niños-soldado muertos, utilizados por los blancos, que después conmoverían a Zhivago)
En frente también había algunos niños, aunque no lo parecían. Eran niños que no sabían lo que era un arma, pero que llevaban años trabajando en fábricas, y no se sentían niños, ni a la vista de sus manos nadie hubiese dicho que lo eran.
El uso de jóvenes, huérfanos la mayoría de ellos, obedientes, por parte de las fuerzas del ejército, fue una de las causas que más enfurecieron a la ciudad, cuya balanza sentimental se declinaba cada día más hacia los rojos.


Se luchaba hasta por los tejados; conquistándolos, se podía disparar desde lo alto. Desde allí se veían las torres del Kremlin, siempre tan lejano y deseado.
Casas de madera. Muchas de ellas ardieron, Moscú se llenó de incendios. Por las noches el cielo se pintaba de rojo.
Iban llegando refuerzos. Los rojos recibían muchos más que los blancos. Empezaron a estrechar la defensa del centro de la ciudad. Tres días después del inicio del combate, el paisaje cambió, aparecieron las calles del centro, los edificios de piedra.
Empezaron a actuar las ametralladoras. Las lluvias de balas rebotaban y rompían las fachadas. Así pasaba el día, y la noche, y el día siguiente... en el barrio de Presnia había decenas de cadáveres en el suelo, y en Taganka, y en Kitay-Gorod...

Cientos de trincheras rodeaban el Kremlin, la batalla era cruel. El círculo se fue estrechando. El día tres de noviembre, cientos de muertos después, se consiguió tomar.
Con el mismo viento y el mismo frío, junto a una de las paredes del Kremlin, en la Plaza Roja, se veían entierros, se escuchaban palas contra la tierra seca. En el cementerio de Vagankovskoe los blancos enterraban a los suyos.

Así pasó después ciudad tras ciudad, y llegó la guerra civil, de dos años de lucha... pero eso es otra historia.

lunes, 5 de noviembre de 2012


LA LEYENDA DEL PARQUE.


Dentro de algunos años, cuando los niños paseen con sus padres por este parque, (si todavía queda parque, si todavía quedan niños, y si los que hubiere tienen padres), por este parque, repito, el del "50 aniversario de Octubre" (metro Prospekt Vernadskovo), pasearán al atardecer con un escalofrío, nerviosos, atentos, con un nudo en la garganta.

Y les digo ahora, años antes de que eso pase, en el momento en el que nace el objeto de sus miedos, que yo lo vi, que caminé con él, que una vez incluso me acompañó casi hasta la puerta de mi casa.

Parque del "50 aniversario de Octubre"
(Este es el mismo parque, aclaro, de fabulosos árboles, en el que me inspiré para recrear el suicidio ideal y en el que animaba a que cada uno pasease buscando su árbol; también hay una manzana gigante que se asoma entre los arbustos y unas enormes manos salen de la tierra para saludar; más abajo hay un grupo de muñecos también gigantes, que, como dice mi compañera, seguirán ahí después de que se extinga la humanidad
Fuera del parque es peor, hoy, cuatro de noviembre, miles de nazis rusos marchan y animan a la persecución de los que son como yo, inmigrantes)

Bajando por el camino central de ese parque, siempre por la noche, sólo mientras nieva, aparece quieto un perro blanco, que parece una estatua.
Te mira, se acerca a ti, te huele y te acompaña unos metros.
Lleva un collar, pero no tiene dueño. Siempre está en el mismo sitio, mirando hacia el pequeño barranco por el que pasa un riachuelo.

Dentro de algunos años, hablarán de él como de un fantasma, una aparición, incluso, de un espíritu vengativo.
Recordarán que en el otoño del 2012, alguien se dedicó a echar veneno por este parque para matar perros, y que incluso varios niños murieron por su culpa, además de decenas de mascotas.
Dirá la leyenda que ese perro viene de otro mundo para vengarse de su asesino.

Camino donde se aparece el Perro Blanco
Yo he visto a ese perro, y parecía de carne y hueso. Es el último perro del parque, y conmueve su soledad, su frío y su hambre. No desmiento a los que quieran ver en él un fantasma, es más, afirmo que no era humano, era, otra cosa...
Dentro de algunos años, cuando cualquier perro blanco parezca el perro blanco, cuando los mayores amenacen con esa leyenda a sus niños inquietos, se podrá analizar si a veces preferimos sentir miedo a pena, si preferimos inventar a sentir vergüenza.


martes, 30 de octubre de 2012


LA CUESTIÓN INDIVIDUAL


Llegó la primera nevada. La vi caer por entre los enormes patios de la Avenida Lenin y por el parque del 50 aniversario.
Ha llegado pronto este año.
A partir de ahora, el asunto es mirar por la ventana hacia la farola de la calle, y ver si sobre su luz siguen iluminándose los copos cayendo o si empieza otra vez a llover.
A eso me dedico mientras aso pimientos como me enseñó mi madre.

Ante la primera nevada, tempranera, la ciudad se ha dividido en dos. Los que se lamentan y los que nos alegramos. Los primeros son unos mediocres. Esperan que vuelva el verano, un par de días de calor... Que esperen. Pasados ya los fabulosos días del inicio del otoño, de colores y aromas, ahora, con los árboles pelados, ahora que ya no hay vuelta atrás, que nieve, que nieve mucho, cuanto más, mejor, que los tape.

Pero me temo que, según veo, ha empezado a llover, y la nieve se convierte en charcos. No pasa nada, ya llegará diciembre...

Ante tal panorama de copos blancos, cielos grises, pimientos rojos y amarillos, recuerdo un asunto leído y escuchado en varias ocasiones.

Trata sobre las feroces críticas hacia el “individualismo de la sociedad rusa”. Subrayo lo de “críticas”, porque cuando se habla sobre el mismo tema respecto a cualquier otro país, resultan ser “comentarios”, llenos de respeto e incluso a veces, admiración.
Recuerda también a ese periodista que ofrece al público español la noticia de que en Rusia hay corrupción... como si fuera una noticia, un descubrimiento, un concepto desconocido para nosotros.

Puede que sea la cruz que deberá cargar muchos años Rusia, odiada por unos por aquello que fue, y por otros por lo que dejó de ser.

Pero en el caso de tachar a la sociedad rusa de individualista... no, ahí opino que se cae en un grave error.

Estaremos de acuerdo en que hoy el individualismo en Rusia es una ideología impuesta, general, es moda, y es el motor que hoy, parece, lo mueve todo.
Pero, incluso ante este panorama, contemplamos una oda colectiva al individualismo.

Y es que en la esencia del problema hay que tener en cuenta varias cosas.

Como si descendieran de los mismos esenios, los rusos siempre vivieron en comunidad, vivieron siempre, la mayoría, en casas comunes, las familias enteras. En las tierras del príncipe, en las del terrateniente, vivían en “obshíni”, en enormes casas de madera para decenas de ellos.
Nunca tuvieron los rusos anchas paredes de piedra que los separasen del vecino, sino, a lo mucho, tablones de fina madera.
Y existían esas formas de comunidad mucho antes de que el comunismo llegara. Sistema que si triunfó en primer lugar en Rusia, quizás se deba más a que ya tenía medio camino hecho y no a cuestiones puramente políticas.

Cabe recordar también que no sería hasta bien entrados los años sesenta que los rusos no empezaron a tener viviendas individuales, irónicamente, durante el socialismo.

Vivienda comunal, "Komunalka", hoy.

Y hoy millones de rusos siguen viviendo en miles de residencias de estudiantes, en habitaciones de ilimitadas camas y cocinas y baños comunales, en "komunalkas", donde ahora compran habitaciones y comparte el resto de la casa...


Valga como prueba que los siglos de vida en común en Rusia dieron una literatura popular, de cuento, de boca a boca, de familias reunidas alrededor del anciano, un anciano comunal... mucho más rica y editada que la española, mucha más extensa en páginas y autores, sobre todo en los siglos del pasado.

Valga también como dato, que en Rusia no existieron jamás residencias para ancianos.

Comprendamos estos últimos años de canto a uno mismo, de desprecio por el prójimo, como un, demasiado largo ya, canto de sirenas, de tierra prometida y privada.

Sin duda, uno de los matices de la extrañeza que Rusia causa hoy a los que nos acercamos a conocerla, son provocados por el feo contraste de un pueblo que lleva la genética del “nosotros” escrita a fuego y la horrible moda de superficialidad actual, que tan extravagantes resultados ofrece, y tan trágicos muchas veces.

Así son estos días por aquí, de jóvenes que pavonean su individualidad entre enormes grupos de amigos a los que tortura con sus banalidades, de mujeres y hombres que celebran el triunfo de su poderoso “yo” en playas exóticas y atestadas de otros miles de rusos que celebran lo mismo.
Es este un país con graves problemas de bebida en el que nadie es capaz de beber solo, ni siquiera en pareja: buscan desesperadamente al tercero; es un país de reuniones de amigos donde se ha de jugar siempre a algo conjuntamente, de brindis de cinco minutos de discurso, con el vaso en alto y respetuosa atención del resto.
En estos días, esa negación imposible, y por tanto violenta, del elemento social es un fenómeno extraño y doloroso, y su causa es más política que social: por un lado, es más fácil engañar a uno que a cien, por otro, también es más fácil robar de uno en uno que a cien unidos.

A cambio, te hacen sentir especial y único, como si no lo fueras antes ya.

Cursos masivos de alfabetización, años 30
Para lo bueno y para lo malo, y sin condicionar el talento personal, Rusia es un país de masas, a pesar de su poca población para tanto espacio. En masa pasaron hambre, en masa hicieron revoluciones, en masa aprendieron a leer y a escribir, en masa vencieron a los enemigos y en masas sufrieron represiones.
Sobre lo que pasará con este feroz contraste entre su esencia y su contradicción, no podemos aventurar nada, ni yo ni nadie. Rusia tiene hoy, y en masa, un gran signo de interrogación sobre la cabeza.

En estos momentos, un Dios justo y ecuánime nos manda una lluvia de hielo. Así nos contenta a todos. No es granizo, se trata de gotas de agua transparentes y heladas, como diamantes, que van formando una escurridiza y tramposa capa sobre las aceras.

 Rusia es también el país de la diversión climática.