martes, 18 de diciembre de 2012



SOBRE EL FIN DEL MUNDO.



Adoro los días de invierno, cuando se congelan los pelos de la barba y del bigote. El aliento va formando tempanitos en ellos, y yo los voy chupando. El pelo añade al vaho congelado las sales minerales necesarias para el organismo. Respiro y me alimento a la vez. Es una forma de ahorro.

Kazarmenniy Pereulok
Caminamos por el Callejón “Kazarmenniy”, y por el Bulevar Pokrovskiy. Vamos siguiendo los pasos de esa novela mítica, “Las doce sillas”, de Ilf y Petrov. Son estos los últimos barrios antiguos y supervivientes al plástico. Me gustan, a veces me recuerdan a Odesa... esa ciudad que tanto recuerda al viejo Moscú.

¿Será en este patio donde encontró Ostap Bender la silla número siete? ¿Será esa la casa donde aquellos tres escribían una ópera para el Bolshoy llamada “El rayo de la muerte”? ¿Escribía en este patio Liapis Trubetskoy ese poema mecánico en el que cambiando un sustantivo de cada verso, resultaban infinitos poemas nuevos? Quiero pensar que sí, anima el paseo.

Vamos hablando de lo inminente y lo inevitable: el fin del mundo. Bromeamos, decimos barbaridades, echamos unas risas. Pero alrededor, en buena parte de esta ciudad, existe un profundo temor.

Para nosotros es un tema jocoso, pero lleva a un tema más delicado: las nuevas creencias en Rusia.

Hoy, por aquí, se cree en cualquier cosa, menos en el hombre.
Rusia siempre fue un país religioso, sujeto radicalmente a una fe y a sus contradicciones, hasta tal punto, que fue la cuna de la extrema negación de dioses y destinos: el Nihilismo, padre del ateísmo, que es, de cierta manera, una cuestión de fe.

Los comunistas entendieron perfectamente esa condición religiosa endémica, y, luchando contra las viejas creencias, hicieron de la suya una nueva religión, construyeron bajo tierra catedrales, estaciones de metro que sustituían una fe por otra (en mi opinión, mucho mejor encaminada y justa).

Hoy, la nueva fe es el dinero, un nuevo dios al que los rusos rezan en inglés.

Pero no ocupa esta nueva fe tanto hueco vacío en el alma de muchos rusos.
Se prueba con la Iglesia Ortodoxa, pero tampoco satisface tanta necesidad espiritual. Deberían probar a dar misa en los McDonald, y en inglés.
Pero, además, Rusia fue uno de los últimos países europeos en cristianizarse. Apenas mil años atrás. Los dioses paganos y sus tradiciones, los espíritus de los pantanos y los dragones siguen muy presentes (mitología que, si bien el comunismo no fomentó, si mantuvo viva, al ser estudiada como hecho histórico y antropológico al mismo nivel que el cristianismo).

Y un último añadido: el fomento de la ignorancia y la pseudo-ciencia.

La palabra “Etrusco”, significa : “Es ruso”, de ahí que Italia la fundasen rusos”
Rusia, Ra-sía, viene de la palabra “RA”, dios del sol egipcio... con eso se demuestra la participación de los rusos en la construcción de las pirámides...”

Cosas semejantes se dicen, se publican, se venden. Se extienden por el pueblo, un pueblo que está ya lejos de las universidades y las cátedras. Y todas esas cosas suelen tener un matiz, una intención, extremadamente nacionalista, peligrosa.
El método favorito de los “sabios” es el de coger palabras sueltas del ruso, buscar palabras parecidas por su sonido en otros idiomas, y, saltándose cualquier ley lingüística de formación, origen o desarrollo de las palabras, terminan “demostrando”, por ejemplo, que todos los idiomas vienen del ruso, que los rusos reinaron una vez en el mundo... y cosas de ese estilo. (En Ucrania es todavía peor, e inventándose una raíz del nombre de su país, que significa “junto a la frontera”, “demuestran” su origen en pueblos mesopotámicos y en los fundadores de Troya, y lo que es terrorífico: de eso se habla en las escuelas)

La pseudo-ciencia y el ardiente fervor “místico” se combinan, se reproducen... ocupan espacio las sectas, las adivinas, el tarot...

Profesor Andrey Anatolevich Zsalisniak
Aparece en la conversación el Profesor Zsalisniak. Miembro de la Academia de Ciencias de Rusia, (el Cerebro de oro). Doctor en Filología y tal vez el mejor lingüista del país.

El bueno del Profesor lleva años corriendo de una esquina a otra de Moscú, va perdiendo el aliento, luchando contra la tontería. Se agota escribiendo en pizarras demostraciones de que no, que “Bruselas” no significa “tierra de los bielorrusos”, que “Perú” no tiene nada que ver con la palabra rusa “Piervo” (primero), es decir, que los rusos no descubrieron América...

A sus conferencias van cientos; los libros que mienten con alevosía tienen miles de lectores. Está mucho peor vista la verdad que la Pseudo-historia, escrita por pseudo-científicos que ganan millones que no son pseudo (“pseudo”, del griego antiguo: “falso”, “no verdadero”; en griego moderno significa “Unión Europea”).

De todo esto a una numerosa creencia en el fin del mundo va un pequeño paso. Llaman la atención unas estadísticas que dicen que EEUU es el país más creyente en el fin del mundo del día 21. Después va Rusia. Nunca me dejará de sorprender lo rápido que se extiende la ignorancia, y como la ignorancia hace que todos nos terminemos pareciendo.

¿Qué pasará cuando el día 22 salga el sol? He visto tanta promoción y tanto miedo en una parte de la población, tanta duda respecto al fin de los días, que me atrevo a afirmar que sí, algo cambiará después. Habrá mucho desilusionado, mucho sorprendido, mucho nuevo profeta con cálculos nuevos.
Pero, sinceramente, no dejará de ser una anécdota, y a nadie hace daño que se hable del fin del mundo, aunque cierto es, que el miedo es el mayor negocio que existe.

Preocupa mucho más el tema hablado, el de las creencias en mentiras absolutas sin el menor indicio, la revisión de la historia a través de leyendas, de mitos, de magias y mentiras... con un fuerte componente nacionalista: el más peligroso elemento que vive hoy en Rusia. A nadie se le escapará que todas esas nuevas teorías recuerdan con claridad a los que buscaban a los arios primitivos.

Como contraste, y para desgracia de muchos, el edificio más grande de la ciudad sigue siendo una universidad. El fin del mundo llegará cuando deje de serlo.


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