SOBRE EL FIN DEL MUNDO.
Adoro los días de invierno,
cuando se congelan los pelos de la barba y del bigote. El aliento va
formando tempanitos en ellos, y yo los voy chupando. El pelo añade
al vaho congelado las sales minerales necesarias para el organismo.
Respiro y me alimento a la vez. Es una forma de ahorro.
Kazarmenniy Pereulok |
¿Será en este patio donde
encontró Ostap Bender la silla número siete? ¿Será esa la casa
donde aquellos tres escribían una ópera para el Bolshoy llamada “El
rayo de la muerte”? ¿Escribía en este patio Liapis Trubetskoy ese
poema mecánico en el que cambiando un sustantivo de cada verso, resultaban infinitos poemas nuevos? Quiero pensar que sí, anima el
paseo.
Vamos hablando de lo inminente y
lo inevitable: el fin del mundo. Bromeamos, decimos barbaridades,
echamos unas risas. Pero alrededor, en buena parte de esta ciudad,
existe un profundo temor.
Para nosotros es un tema jocoso,
pero lleva a un tema más delicado: las nuevas creencias en Rusia.
Hoy, por aquí, se cree en
cualquier cosa, menos en el hombre.
Rusia siempre fue un país
religioso, sujeto radicalmente a una fe y a sus contradicciones,
hasta tal punto, que fue la cuna de la extrema negación de dioses y
destinos: el Nihilismo, padre del ateísmo, que es, de cierta manera,
una cuestión de fe.
Los comunistas entendieron
perfectamente esa condición religiosa endémica, y, luchando contra
las viejas creencias, hicieron de la suya una nueva religión,
construyeron bajo tierra catedrales, estaciones de metro que
sustituían una fe por otra (en mi opinión, mucho mejor encaminada y
justa).
Hoy, la nueva fe es el dinero, un
nuevo dios al que los rusos rezan en inglés.
Pero no ocupa esta nueva fe tanto
hueco vacío en el alma de muchos rusos.
Se prueba con la Iglesia
Ortodoxa, pero tampoco satisface tanta necesidad espiritual. Deberían
probar a dar misa en los McDonald, y en inglés.
Pero, además, Rusia fue uno de
los últimos países europeos en cristianizarse. Apenas mil años
atrás. Los dioses paganos y sus tradiciones, los espíritus de los
pantanos y los dragones siguen muy presentes (mitología que, si bien
el comunismo no fomentó, si mantuvo viva, al ser estudiada como
hecho histórico y antropológico al mismo nivel que el
cristianismo).
Y un último añadido: el fomento
de la ignorancia y la pseudo-ciencia.
“La palabra “Etrusco”,
significa : “Es ruso”, de ahí que Italia la fundasen rusos”
“Rusia, Ra-sía, viene de la
palabra “RA”, dios del sol egipcio... con eso se demuestra la
participación de los rusos en la construcción de las pirámides...”
Cosas semejantes se dicen, se
publican, se venden. Se extienden por el pueblo, un pueblo que está
ya lejos de las universidades y las cátedras. Y todas esas cosas
suelen tener un matiz, una intención, extremadamente nacionalista,
peligrosa.
El método favorito de los
“sabios” es el de coger palabras sueltas del ruso, buscar
palabras parecidas por su sonido en otros idiomas, y, saltándose
cualquier ley lingüística de formación, origen o desarrollo de las
palabras, terminan “demostrando”, por ejemplo, que todos los
idiomas vienen del ruso, que los rusos reinaron una vez en el
mundo... y cosas de ese estilo. (En Ucrania es todavía peor, e inventándose una raíz del nombre de su país, que significa “junto
a la frontera”, “demuestran” su origen en pueblos mesopotámicos
y en los fundadores de Troya, y lo que es terrorífico: de eso se
habla en las escuelas)
La pseudo-ciencia y el ardiente
fervor “místico” se combinan, se reproducen... ocupan espacio las sectas, las adivinas, el tarot...
Profesor Andrey Anatolevich Zsalisniak |
El bueno del Profesor lleva años corriendo de una esquina a otra de Moscú, va perdiendo el aliento, luchando contra la tontería. Se agota escribiendo en pizarras demostraciones de que no, que “Bruselas” no significa “tierra de los bielorrusos”, que “Perú” no tiene nada que ver con la palabra rusa “Piervo” (primero), es decir, que los rusos no descubrieron América...
A sus conferencias van cientos;
los libros que mienten con alevosía tienen miles de lectores. Está
mucho peor vista la verdad que la Pseudo-historia, escrita por
pseudo-científicos que ganan millones que no son pseudo (“pseudo”,
del griego antiguo: “falso”, “no verdadero”; en griego
moderno significa “Unión Europea”).
De todo esto a una numerosa
creencia en el fin del mundo va un pequeño paso. Llaman la atención
unas estadísticas que dicen que EEUU es el país más creyente en el
fin del mundo del día 21. Después va Rusia. Nunca me dejará de sorprender lo
rápido que se extiende la ignorancia, y como la ignorancia hace que
todos nos terminemos pareciendo.
¿Qué pasará cuando el día 22
salga el sol? He visto tanta promoción y tanto miedo en una parte de
la población, tanta duda respecto al fin de los días, que me atrevo
a afirmar que sí, algo cambiará después. Habrá mucho
desilusionado, mucho sorprendido, mucho nuevo profeta con cálculos
nuevos.
Pero, sinceramente, no dejará de
ser una anécdota, y a nadie hace daño que se hable del fin del
mundo, aunque cierto es, que el miedo es el mayor negocio que existe.
Preocupa mucho más el tema
hablado, el de las creencias en mentiras absolutas sin el menor
indicio, la revisión de la historia a través de leyendas, de mitos,
de magias y mentiras... con un fuerte componente nacionalista: el
más peligroso elemento que vive hoy en Rusia. A nadie se le escapará
que todas esas nuevas teorías recuerdan con claridad a los que
buscaban a los arios primitivos.
Como contraste, y para desgracia
de muchos, el edificio más grande de la ciudad sigue siendo una
universidad. El fin del mundo llegará cuando deje de serlo.
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