jueves, 31 de mayo de 2012


LOS MAYAS Y LA GUERRA FRÍA.


“Todo lo que haya sido creado por una mente humana, puede ser descifrado por otra mente humana” Yuri Knórozov.


Que no deje de cundir el pánico.
Sobre aquel que se haya sorprendido por el título, podemos saber en qué lado de la Guerra Fría tenía la televisión. Si hay algún señor maya entre los lectores, que hasta ahora no he tenido ninguno, habrá entendido la relación rápidamente.

Sobre los Mayas escuchamos hoy sobre su famoso calendario y sus textos proféticos. Algunos empiezan a contar los días y otros se sonríen con el asunto. Pero pocos se han hecho la pregunta de cómo demonios podemos hoy descifrar la bellísima escritura de aquel pueblo. Para eso estoy yo aquí.

La solución es una historia extraordinaria, y una de las más cruentas batallas, a nivel científico, que hubo entre los soviéticos y los estadounidenses, y que duró más de cuarenta años. Es también la historia de un hombre grande, ídolo, guía, el 9 que necesitamos en la selección.

Imaginen una residencia de estudiantes soviética, años 40, Moscú. Esas residencias son para mí el lugar más fabuloso de este país. Todavía quedan en pie bastantes de ellas, las otras se han ido convirtiendo en oficinas, salones de belleza y residencias para trabajadores ilegales. Yo las conozco bien, las he vivido varios años. Habitaciones para uno, dos, tres o más estudiantes de todos los rincones del planeta. Cocinas y baños comunales. Madera vieja y carcomida, largos pasillos. Bullicio, risas de jovencitas. Alcoholes incomprensibles, trasnochadas de charla en la cocina, un etíope hirviendo unas patatas, un húngaro partiendo el pan negro y duro, un vietnamita que cuece arroz y el descendiente de cosacos que saca una guitarra; los rusos, mayoría, tratan de explicar su idioma imposible, mientras no entienden el ruso de los demás. Impulsos juveniles, ganas de aprenderlo todo, de discutirlo todo. Y risas de jovencitas.

Entre esos, u otros parecidos, estaba Knórozov.
Un hombre alegre, cariñoso, simpático, encantador. Pudiera parecer que nos odia a todos, generación tras generación, pero en realidad está pensando en los Mayas.
Llegó de Járkov, Ucrania. Llegó con un gato y un paquete de tabaco negro. Tocaba el violín, estudiaba lingüística, historia y etnografía... pero no tuvo tiempo de estudiar mucho: llegaron los alemanes...

Año 15...y pico. Los españoles llegaron a tierras Mayas y ocuparon a la fuerza las tierras de los descendientes de aquel pueblo. De entre tanto bruto español, había uno con más luces que los demás. Era del Atleti, dicen. Diego de Landa, un sacerdote que intentó comunicarse con aquellos habitantes. Extasiado por encontrar un alfabeto americano, y de una belleza tan sobrecogedora, sentó a un hombre frente a él, y en unas hojitas ponía la transcripción latina a lo que el otro hacía como que leía... no sabía aquel buen hombre que aquel idioma era silábico y no correspondía cada símbolo a una sola letra. Pero fue un primer paso, un loable intento.

Año 1945. Los soldados soviéticos entraban en Berlín. La Victoria. Uno de ellos se alejó del resto y entró en una biblioteca. De allí sacó varios libros, sin fecha de devolución. Era Knórozov. Con su trofeo de guerra bajo el brazo, regresó a Moscú. Uno era el libro de Diego de Landa, “Relación de las cosas del Yucatán”, más algunos otros fracasados intentos por traducir la escritura maya, así como copias de la Biblioteca de Madrid con los pocos textos mayas que los españoles no destruyeron.

Knórozov volvió a Moscú. Terminó sus estudios y marchó a Leningrado. Allí habría de doctorarse. Con sus escasos treinta años de edad y un desafío en la cabeza, se encerró en la habitación de su residencia, con su gato, tabaco negro y unas botellas de vino. Lo que pasó allí dentro no lo sabe nadie.

Cuando salió mostró su trabajo: acababa de descifrar la escritura maya.
Nadie lo podía creer. Tocaba demostrarlo.

La mejor prueba, además de la lingüística, es que a lo largo de los años, Knórozov tradujo textos que describían cosas que después los hallazgos arqueológicos iban descubriendo. No cabía ninguna duda, lo había conseguido. Todo cuadraba, cada comprobación era buena, daba pasos a otros aciertos, los historiadores y científicos de medio mundo encontraban sentido a los restos e informaciones encontradas.

Ahora hay que imaginar una universidad estadounidense de los años 50. Como esas de las películas. Hay algunos profesores nuevos: son los científicos nazis que han sido salvados por los EEUU de ser juzgados en Nuremberg por crímenes contra la humanidad. Uno de ellos ya es el cerebro de la NASA. Nunca se dio un permiso de residencia tan rápido. Por el Campus sigue sin haber muchos brothers, en realidad no hay mucha gente: son privadas, y muy caras. Entre ellos hay un tal Thompson, el mayor experto en Cultura Maya de los Estados Unidos. Puso el grito en el cielo. No podían permitir que la Unión Soviética y su insultante concepto de la cultura les ganase la partida.

Thompson, y un gran grupo de expertos anglosajones organizaron un masivo ataque contra el trabajo de Knórozov. El odio al maldito rojo consiguió elevar, a niveles históricos, el avance en la investigación de civilizaciones precolombinas en los EEUU. La URSS respondió con otra ola de expertos arropando a su estrella. Un momento extraordinario para la ciencia.
Difícil, muy difícil era digerir la idea de que un jovenzuelo soviético, sin coche ni animadoras con pompones, y lo que es peor, de una Universidad Pública, gratuita, desde una humilde habitación, pudiese haberlo conseguido antes que ellos.

La apoteosis de la rabieta estadounidense fue la declaración del ya acorralado y rendido Thompson: “La prueba de su error es que no se puede lograr un hallazgo tal en base a ideas marxistas-leninistas”
Estamos en disposición de asegurar que en toda la historia de la Unión Soviética jamás se dijo una tontería tan grande. Aunque algunos estuvieron muy cerca.

Thompson murió sin admitir el descubrimiento del otro. En los Estados Unidos no se admitió hasta que a principios de los noventa, México galardonó a Knorozov, admitiéndole el mérito, así como Rusia ya había cambiado los libros por las tarjetas de crédito. A su vez, y mientras renegaban de ello, utilizaron los códigos de Knórozov durante los cuarenta años de absurda discusión, gracias a los cuales hicieron grandes descubrimientos. Y ni una sola vez se les cayó la cara de vergüenza.

Knorozov murió en 1999. Fue en un pasillo abarrotado, en un hospital de San Petersburgo para pobres, que ya eran mayoría.
A su entierro no fue nadie. Lo enterraron en un nuevo cementerio construido sobre un antiguo basurero.

Cuando escuchen otra vez eso del calendario y el fin de los días, acuérdense de él.

1 comentario:

  1. Notable tu artículo sobre este genio olvidado y silenciado.Sabía muy poco del legendario Knorosov. Muy poco. Pero lo más interesante es tu narración viejo amigo. Como en un cuento de intrigas, seco y vertiginoso, descubrí muchas cosas que desconocía de este experto en mayas y calendarios tan de moda hoy por hoy. Gracias y un fuerte abrazo rioplatense para vos.

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