lunes, 7 de mayo de 2012


PRIMERO DE MAYO.

Mañana soleada. Surge la duda de dónde celebrarlo: puedo ir a la manifestación del gobierno y los sindicatos. Allí se puede celebrar el “Día de la Primavera y el Trabajo”. Regalarán globos azules, blancos y naranjas. Y habrá muchas banderas rusas, de las del aguila. Además de globos y banderas,  habrá más mujeres, más maquillaje, más tacones y faldas cortas. Se puede conocer a famosos. Allí se puede encontrar trabajo, y practicar inglés. También robar teléfonos caros.

Pero no tengo nada que ponerme para ir.

Pudiera ir a la manifestación del KRI, el Comité de la Revolución Internacionalista.  Serán poquitos, jóvenes en su mayoría, estudiantes, filósofos, periodistas. La suya se llamará la “Marcha de Izquierdas”. Incluirán en su marcha a colectivos feministas y homosexuales. Bravo por ellos, valientes en un país cada vez más machista y homófobo.

No es una opción acompañar a la ultraderecha. Se llama algo así como “Unión Eslava”, o “Marcha Eslava”. Algunos de ellos son los que en sus ratos libres y con las máscaras puestas, se autodenominan “liberales”. Cantarán sus eslóganes contra los inmigrantes, ondearán sus banderas con Cristos y Vírgenes inocentes, sus banderas tricolores, blancas, amarillas y negras, y aquellas con flechas atravesadas.

Puedo ir a celebrar el “Día del Trabajador y la Solidaridad Obrera”, con los comunistas y el Frente de Izquierdas, irreductibles en su propuesta lingüística. Allá se puede ir con los zapatos sucios y la cazadora arrugada. Tampoco hay que sonreír si no hay ganas. Habrá ancianos y jóvenes. Pocos de mediana edad. Y serán muchos… desde fuera, incluso si fuesen sólo cuatro o cinco, siempre parecerán muchos, o mejor dicho, demasiados.


Con ellos me voy.

11.00 a.m.
Plaza Oktiabrskaya. Calle Bolshaya Yakimanka. La ciudad ha sido dividida y cerrada en diferentes trayectos para cada marcha. A los comunistas les han dado la calle más ancha, anchísima, para que parezcan menos. Aun así, son muchos, miles. Antes de llegar a ellos, hay que pasar junto a un grupo de “Eslavos” y sus retratos de Cristo y flechas, que tratan de intimidar.

Banderas rojas, viento, cielo gris y orquestas. Muchas pancartas con dibujos muy bien elaborados. Muchas referencias a Bielorrusia, allí donde vive “El último dictador europeo”, dictador al que eligen cada cuatro años. Ese país silenciado y pobre que, guardando muchas formas de su pasado soviético, y a pesar de su falta de recursos naturales y el desprecio de mucha parte de Europa y Rusia misma, muestra niveles de desarrollo, estudios, sanidad, falta de mortandad… mucho mejores que Rusia. Y esas otras cosas extrañas, como que los jóvenes de las escuelas sigan yendo a pintar las casas de los ancianos que no pueden hacerlo por sí mismos, ni pagarlo.


Qué ancha es la calle. Se podría jugar una pachanga en medio de la manifestación. Mucha humildad, sencillez en los rostros y en las ropas de los marchantes. Humildad muy humana, de patata y pan negro. Tensión en las caras, y muchos años vividos. Muchos ancianos, muchísimos jóvenes y muchos chinos, vietnamitas, negros, caucasianos… Veo banderas venezolanas y cubanas.


La orquesta trabaja a conciencia. Canciones antiguas, de poetas soviéticos. También suena la Internacional, La Varsoviana (A las barricadas, para los españoles). La calle se hace más y más ancha, casi nos perdemos de vista unos a otros. Cruzamos un enorme puente. A la derecha se ve el Kremlin. Se gritan consignas, rítmicas en ruso: “Hagamos una reforma tal: el oligarca al Gulag”, “El burgués a la cárcel, el obrero a Canarias”, muy buena esta última. La transcribo al ruso, para quien la quiera aprender: “Burzhúi na nári, rabóchii na Kanári”.


A los lados de la calle aparecen turistas que hacen fotos. Se llega a la Plaza de la Revolución, de espaldas al recién remodelado Teatro Bolshoy.
Sobre un pequeño escenario aparecen políticos. Empiezan su discurso. A la vez aparecen vendedores de libros de viejo que se colocan entre los manifestantes y muestran su material en el suelo. Al discurso de los líderes comunistas se acerca apenas la mitad de la manifestación, que se ha ido disolviendo antes. Con la aparición de los libreros, la mitad de esa mitad se reparte buscando libros, de espaldas al escenario. Silencio entre el público. Frente a los políticos, parece que hubiesen aparecido papá y mamá y nos hubiesen descubierto fumando.
Nos vamos.

7 de  mayo.
A estas horas, en las que transcribo las impresiones de aquel primero de mayo, Rusia tiene nuevo presidente, que es el mismo que el viejo. Ayer la policía cargó con fuerza sobre manifestantes que se oponían a la proclamación presidencial.
Me obliga a opinar: siento por Putin y su gente el mismo aprecio que por últimos gobiernos españoles. Le he visto hacer, como lo sucedido ayer con la policía y la oposición, lo mismo que he visto tantas veces en España, y la sensación es exactamente la misma. Respecto a eso que llaman “democracia”, en ese sentido que ellos hacen, Rusia, bajo los mandatos de Putin y los suyos, veinte años ya, ha alcanzado los mismos sentidos “democráticos” que España. Cierto es que Rusia ha desangrado mucho más a las clases humildes de su país, destruyendo la educación, la sanidad, la estructura social… cosas de las que, ciertamente, podían presumir antes…  destrucción que España hoy se esfuerza por igualar.
Por eso que causa nerviosa risa que desde España se critique y se tache de “dictadura”, de “estado totalitario” a la Rusia de hoy. ¿Con qué derecho? (Y poca vergüenza) Con o sin manipulación de las votaciones, Putin ha recibido más del sesenta por ciento de los votos. ¿Cómo tal personaje lo ha conseguido? Ni mucho menos lo puedo entender, no soy un experto. Quizás se llame populismo, clavo ardiendo… influye, claro está, el control de la televisión. Pero quizás sea más comprensible fijándonos en la denominada “oposición” y en los sentimientos que produce.
Dejemos a un lado a ese veinte por ciento de comunistas que realmente, y pese a su fuerza, no ejercen oposición alguna (excepto el activo y todavía pequeño “Frente de Izquierda”), escondidos bajo una fea e incómoda careta que ellos llaman “Lealtad Democrática”. ¿El resto? Pensando en ellos surgen los posibles sentimientos a favor de Putin.
A estos los conozco bien. Son los que se llaman a sí mismo “liberales”. El gran poeta Martín Visuara acierta con su sentencia:   “Un liberal con miedo es siempre un fascista”. Muchas veces, incluso sin miedo, también lo son. Recuerdan a los Republicanos estadounidenses. Critican a Putin desde el lado derecho, no del izquierdo. De acuerdo están con su privatización de casi todo, y critican la no “liberación”, así lo llaman ellos, del resto. Porque para ellos democratizar las cosas es venderlas. Y no sólo los medios de producción o de educación y sanidad. Venderlo todo, a sí mismos, a los demás, la cultura, la historia, el idioma… todo. Si no fuesen tantos, causarían sonrisa con sus ahora repentinas preocupaciones por Rusia, ellos, que hacen lo posible por no caminarla, ni escucharla ni cuidarla. Siendo estos su oposición, es fácil para Putin vender la moto de la patria, de la historia, de los orgullos…
Aquí los liberales avivan el racismo, acusan a los que gastan un céntimo en el Cáucaso, desprecian a los inmigrantes, a los homosexuales, hacen del “business” su religión… y el business es democracia, para ellos. Y la libertad, la capacidad de hacer democracia (business).
Una gran parte, mayoritaria de los manifestantes de ayer eran de estos. Ya los vi el 4 de diciembre. Me provocan los mismos sentimientos que la causa contra la que luchaban. Incluso peores.


No pinta muy bien la cosa.

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