martes, 30 de octubre de 2012


LA CUESTIÓN INDIVIDUAL


Llegó la primera nevada. La vi caer por entre los enormes patios de la Avenida Lenin y por el parque del 50 aniversario.
Ha llegado pronto este año.
A partir de ahora, el asunto es mirar por la ventana hacia la farola de la calle, y ver si sobre su luz siguen iluminándose los copos cayendo o si empieza otra vez a llover.
A eso me dedico mientras aso pimientos como me enseñó mi madre.

Ante la primera nevada, tempranera, la ciudad se ha dividido en dos. Los que se lamentan y los que nos alegramos. Los primeros son unos mediocres. Esperan que vuelva el verano, un par de días de calor... Que esperen. Pasados ya los fabulosos días del inicio del otoño, de colores y aromas, ahora, con los árboles pelados, ahora que ya no hay vuelta atrás, que nieve, que nieve mucho, cuanto más, mejor, que los tape.

Pero me temo que, según veo, ha empezado a llover, y la nieve se convierte en charcos. No pasa nada, ya llegará diciembre...

Ante tal panorama de copos blancos, cielos grises, pimientos rojos y amarillos, recuerdo un asunto leído y escuchado en varias ocasiones.

Trata sobre las feroces críticas hacia el “individualismo de la sociedad rusa”. Subrayo lo de “críticas”, porque cuando se habla sobre el mismo tema respecto a cualquier otro país, resultan ser “comentarios”, llenos de respeto e incluso a veces, admiración.
Recuerda también a ese periodista que ofrece al público español la noticia de que en Rusia hay corrupción... como si fuera una noticia, un descubrimiento, un concepto desconocido para nosotros.

Puede que sea la cruz que deberá cargar muchos años Rusia, odiada por unos por aquello que fue, y por otros por lo que dejó de ser.

Pero en el caso de tachar a la sociedad rusa de individualista... no, ahí opino que se cae en un grave error.

Estaremos de acuerdo en que hoy el individualismo en Rusia es una ideología impuesta, general, es moda, y es el motor que hoy, parece, lo mueve todo.
Pero, incluso ante este panorama, contemplamos una oda colectiva al individualismo.

Y es que en la esencia del problema hay que tener en cuenta varias cosas.

Como si descendieran de los mismos esenios, los rusos siempre vivieron en comunidad, vivieron siempre, la mayoría, en casas comunes, las familias enteras. En las tierras del príncipe, en las del terrateniente, vivían en “obshíni”, en enormes casas de madera para decenas de ellos.
Nunca tuvieron los rusos anchas paredes de piedra que los separasen del vecino, sino, a lo mucho, tablones de fina madera.
Y existían esas formas de comunidad mucho antes de que el comunismo llegara. Sistema que si triunfó en primer lugar en Rusia, quizás se deba más a que ya tenía medio camino hecho y no a cuestiones puramente políticas.

Cabe recordar también que no sería hasta bien entrados los años sesenta que los rusos no empezaron a tener viviendas individuales, irónicamente, durante el socialismo.

Vivienda comunal, "Komunalka", hoy.

Y hoy millones de rusos siguen viviendo en miles de residencias de estudiantes, en habitaciones de ilimitadas camas y cocinas y baños comunales, en "komunalkas", donde ahora compran habitaciones y comparte el resto de la casa...


Valga como prueba que los siglos de vida en común en Rusia dieron una literatura popular, de cuento, de boca a boca, de familias reunidas alrededor del anciano, un anciano comunal... mucho más rica y editada que la española, mucha más extensa en páginas y autores, sobre todo en los siglos del pasado.

Valga también como dato, que en Rusia no existieron jamás residencias para ancianos.

Comprendamos estos últimos años de canto a uno mismo, de desprecio por el prójimo, como un, demasiado largo ya, canto de sirenas, de tierra prometida y privada.

Sin duda, uno de los matices de la extrañeza que Rusia causa hoy a los que nos acercamos a conocerla, son provocados por el feo contraste de un pueblo que lleva la genética del “nosotros” escrita a fuego y la horrible moda de superficialidad actual, que tan extravagantes resultados ofrece, y tan trágicos muchas veces.

Así son estos días por aquí, de jóvenes que pavonean su individualidad entre enormes grupos de amigos a los que tortura con sus banalidades, de mujeres y hombres que celebran el triunfo de su poderoso “yo” en playas exóticas y atestadas de otros miles de rusos que celebran lo mismo.
Es este un país con graves problemas de bebida en el que nadie es capaz de beber solo, ni siquiera en pareja: buscan desesperadamente al tercero; es un país de reuniones de amigos donde se ha de jugar siempre a algo conjuntamente, de brindis de cinco minutos de discurso, con el vaso en alto y respetuosa atención del resto.
En estos días, esa negación imposible, y por tanto violenta, del elemento social es un fenómeno extraño y doloroso, y su causa es más política que social: por un lado, es más fácil engañar a uno que a cien, por otro, también es más fácil robar de uno en uno que a cien unidos.

A cambio, te hacen sentir especial y único, como si no lo fueras antes ya.

Cursos masivos de alfabetización, años 30
Para lo bueno y para lo malo, y sin condicionar el talento personal, Rusia es un país de masas, a pesar de su poca población para tanto espacio. En masa pasaron hambre, en masa hicieron revoluciones, en masa aprendieron a leer y a escribir, en masa vencieron a los enemigos y en masas sufrieron represiones.
Sobre lo que pasará con este feroz contraste entre su esencia y su contradicción, no podemos aventurar nada, ni yo ni nadie. Rusia tiene hoy, y en masa, un gran signo de interrogación sobre la cabeza.

En estos momentos, un Dios justo y ecuánime nos manda una lluvia de hielo. Así nos contenta a todos. No es granizo, se trata de gotas de agua transparentes y heladas, como diamantes, que van formando una escurridiza y tramposa capa sobre las aceras.

 Rusia es también el país de la diversión climática.

martes, 23 de octubre de 2012


PETENERA DEL CABRÓN SINCERO

                                                                                                                            Dedicada al ministro Wert.

Moscú.
10.37 de la mañana.
Parlamento.
Zhirinovskiy responde a un diputado comunista, con motivo de la pelea causada por el proyecto de privatización de la enseñanza.

Antecedentes: Zhirinovskiy es el líder del partido “Liberal-democrático”, tiene millones de votantes y es aliado del gobierno; hace unos meses, el ministro de educación afirmaba que el principal problema de la enseñanza en Rusia era su gratuidad (escasa ya), por no ser “eficiente”.

Ante las polémicas, el gobierno suele azuzar a Zhirinovskiy contra sus rivales. Su extremismo hacia la derecha, o "liberalismo" como le dicen hoy, hace que después el gobierno quede como un sabio y justo término medio.
En esta ocasión fue muy explícito. Y agradecemos la sinceridad.

Los sistemas educativos contienen el germen de una revolución dentro. En todos los países, cuanto más alto ha sido su nivel cultural, más latente ha sido el peligro de una revolución; ante ese problema, lo que hacen todos los países es eliminar ese nivel cultural para conseguir la estabilidad. Y es lo que nosotros debemos hacer”

Hay que acotarles el acceso a la enseñanza. ¿Acaso no pueden entender que si los jóvenes pueden estudiar querrán acabar con el poder cada diez años?”

Nicolás I hizo muy bien en mandar a los decembristas a la cárcel. Eran demasiado cultos aquellos oficiales. Si no los hubiese apresado, no habría habido Imperio”

Imperio... se escucha mucho esa palabra por las esquinas de Moscú. Todos quieren uno. La gloria, el honor... son cosas que se buscan cuando se ha perdido todo lo demás. Qué beneficios puede tener eso, nadie lo sabe. “Tú has de saberlo, que eres español, el Imperio...” - me dicen.
Pues si de la experiencia española depende, resumo: miseria, Inquisición, millones de muertos y explotados.
Y oscuridad, analfabetismo de siglos.

Busco en la RAE... no existe el término “analfabetizar” en castellano. Tampoco existe en ruso.
Quizás sea hora de patentarlo.

Moscú se vuelve gris en noviembre. El cielo se encapota y hace como que se concentra para nevar de repente.
Los patos se van marchando del estanque con rumbo a tierras más cálidas.
Los rusos tienen una palabra maravillosa, “taská”. Es el sentir esta pena otoñal, el irse quedando uno quieto, apagado, son los últimos paseos de los osos en sus bosques antes de quedarse dormidos, cubierta su cueva por la nieve.

Así nos vamos quedando, tristes, adormilados, y analfabetos.

miércoles, 17 de octubre de 2012


CULEBRONES RUSOS.

Los niños españoles, después de comer, nos sentábamos con nuestras madres frente al televisor y veíamos el “culebrón”, la telenovela, el serial...
Recuerdo aquel... se llamaba “Cristal”, y fue mi primer contacto con Venezuela.
Mi vida eres tú... y solamente tú”... sonaba la melodía. ¡Carlos Mata! Cantante, actor, galán... qué sustos da a veces la memoria.
Acabó aquella serie y empezó otra vez, con un nuevo nombre. “Topacio”, “Abigaíl”...
Hermosas mujeres de cartón, vestidas los primeros capítulos con ropas humildes, entraban a trabajar en una casa opulenta, de “licenciados” (mafiosos) con nombres y apellidos eternos, se enamoraba del galán, comprometido ya con una víbora que sólo lo quería por su dinero, confabulada a su vez con la madre malvada del galán... urdían tramas tenebrosas (que, por qué negarlo, a Dostoievskiy le hubiesen entretenido muchísimo), y al final triunfaba el amor.
Venezuela entraba en nuestras vidas. Las mansiones, los coches, las piscinas, la silicona, las suegras clasistas que no creían en el amor, jóvenes humildes que no los querían por su dinero, y la servidumbre, los gritos de “mugrosa” a la sirvienta...
Eso era Venezuela para los niños españoles. Eso y “las mujeres más bellas del mundo”

A su vez, Rusia, que iba cambiando de nombre y de esencia, era todavía un tablero de ajedrez con dos hombres serios a los lados, piruetas de una cosa llamada “ballet”, eran películas extrañas, libros extraños... era un país sin culebrones, un país de amor sin motivos (en realidad, por extraño que suene, hoy medio mundo sigue negando a los rusos la facultad humana de amar, pero ese sería otro tema)

Un día dejaron de echar culebrones venezolanos. Llegaron los de México, a los que denominaban “buenas series”.
Venezuela desapareció de nuestras vidas, se sumió en un sueño profundo para nosotros. En ella, parecía que no sucediese nada...

Pasan los años. Hoy es Rusia el país “de las mujeres más bellas del mundo”, hermosa mercancía. Y es el país que produce los peores culebrones que la humanidad haya presenciado jamás. Cientos al año. Telenovelas que se parecen a Rusia en muy pocos metros cuadrados, y si acaso, sólo en Moscú.
“Dos destinos”, “Pájaro libre”, “Quiéreme, vida”... Mansiones, piscinas, mujeres de cartón, confundidos y apuestos empresarios. Grandes coches, chóferes armados (y la incorporación rusa a los culebrones de algunas tristes tramas policiales)
Sin audio, muy difícil sería diferenciar una telenovela venezolana de los años ochenta con una hecha en Rusia ayer. Hasta los actores, mediante solárium de gimnasio y playas de Ibiza muestran el mismo tono caribeño.
Pareciera que la injusticia y la miseria circundante embellece a las mujeres. Pareciera que en Rusia jamás hubiese existido nada mejor.

La cultura es una cuestión de principios y de caminos, no de dólares ni oficinas.

Hoy Rusia es la Venezuela de hace treinta años. Venezuela... asombra al mundo, nos enamora a unos y hace rabiar a otros, lo que nos enamora más. De lo que pasó durante aquellos años, de la transformación de “Cristal” en Bolívar... por aquí, por España, sabemos poco, no nos enteramos: estábamos viendo culebrones mexicanos (y algunos propios, de los que no me quiero acordar, por vergüenza), y los que nos tenían que informar estaban cobrando el cheque.

Hoy vuelvo a Rusia. Me acompañará esa imagen muchas veces vista de millones de mujeres jóvenes y viudas, aburridas y sentadas viendo culebrones rusos, sufriendo con las historias de aquellos otros, en muchos casos, los culpables de que no estén acompañadas, de aquellos que importaron el odio al prójimo.

domingo, 7 de octubre de 2012


KOPÓTNIA


Miro España y pienso en Kopótnia. Comparo, saco conclusiones.
Kopótnia es el gueto más famoso hoy en Moscú; famoso porque es una novedad que existan tales sitios, es el regreso de leyendas de antiguos trovadores.
(Alguien pudiera decir que Moscú tiene alrededor los suburbios más grandes del mundo, eso que llaman “Rusia”, pero eso es otro tema).

Kopótnia es un gueto particular. No muestra, a simple vista, grandes diferencias arquitectónicas con el resto, como el Bronx, ni tiene tanta tradición. Tampoco es un reducto para víctimas de algún racismo que no sea el económico. No se parece al famoso gueto de Varsovia, aquel que se desangraba y luchaba mientras no se tenían noticias del resto de la ciudad. En Rusia, podemos presumir, hasta la última calle, el último gorrión, la última brizna de hierba, luchó entonces con frenesí, y por igual.

Kopótnia es relativamente pequeño (una curiosidad matemática: tiene el mismo tamaño que la superficie de los campos de golf que se han construido en la ciudad). Es un barrio contaminado, el único que cuenta en la ciudad con fábricas de metalurgia pesada. El aire en ella es malo, y está mal comunicad. Está lleno de viejas escuelas, centros de cultura...sólo una cosa la ha ido convirtiendo en un gueto, además de sus fábricas.

Durante años han ido siendo enviados allí aquellos que no podían pagar sus gastos de luz, agua... una obligación tan novedosa como la existencia de la Kopótnia como gueto.
A esos deudores los enviaban a unas viejas residencias del barrio, a miles de ellos, abandonados, olvidados... enfrente, las también novedosas terribles condiciones de trabajo en la fábrica (para que sea más competitiva, dicen), fábricas a las que sólo acuden los más desesperados de todos los rincones del país, cada día más numerosos. Al lado de todos ellos, casas casi gratuitas para familias pobres y con muchos hijos.

En tan poco tiempo Kopótnia ya tiene su lenguaje, su idiosincrasia, sus peligros...

Y hasta aquí las penas de Rusia.

A menudo, cada día más habitualmente, lo importante no es lo que queda escrito, sino aquello que no se ha mencionado.

No he hablado de gentes expulsadas de sus casas por deudas con ningún banco. No lo he hecho porque en Rusia casi no hay desahucios.
Quien no puede seguir pagando, va a juicio, denunciado por el banco. El Estado no obliga a pagar y ampara a aquellos que, por ejemplo, han perdido su trabajo, o han tenido algún problema familiar (por ese mismo motivo los bancos no aceptan que se les devuelva el dinero en más de cinco o seis años). A veces se obliga al deudor a vender su vivienda, y el precio lo pone un juez, no un banco.

En cualquier caso, no existe hoy en Rusia la imagen de policías armados derribando puertas y sacando de por los pelos a mujeres con niños y ancianos.
En Madrid no hay Kopótnia, no hay sitios tan degradados. No lo hay porque esa mujer se queda en la calle duerme en su coche, abarrota casas de familiares... Y ya son miles de personas las que han perdido algo tan fundamental como es un techo. A su vez, nos intentan convencer de que los culpables son ellos, caprichosos, deseosos de tener una casa.

El hecho es tan grave como que haya hombres que salen de su casa por la mañana, besan a sus hijos, y poniéndose un uniforme acuden a expulsar a otras personas de sus casas.
Eso no está dentro de ningún sueldo. No hay disculpa ni excusa posible para el acata esas órdenes.

Es parte ya del paisaje, del mismo paisaje que era habitual y donde se apresaba judíos, de los paramilitares que queman aldeas y expulsan a los campesinos en muchos lugares del mundo.
Pero por habitual no dejar de ser terrible.

lunes, 1 de octubre de 2012




DE NUEVO EN ESPAÑA

Vuelvo a España con una duda que resolver. No sé quién de las dos tiene más méritos.
Rusia, por su lado, ha conseguido viajar en el tiempo.
Leo a Giliarovskiy, que se refiere a los primeros años del siglo XX, siendo un testigo directo:

“En la asamblea de la ciudad (Moscú), se trató ya varias veces el tema de construir el Metro, pero con poca determinación. Los mismos “padres de la ciudad” sentían que ante tal nivel de robo, de sobornos, ante tan seguro despropósito, no bastarían todas las riquezas del mundo”

O quizás tenga más méritos España, que en cien años no se ha desplazado ni un centímetro por la línea temporal, y para la que la cita anterior no ha de ser una noticia sorprendente.

Unas páginas después me obligan a cambiar de tema: leo sobre el Mercado de Jitrovka, uno de los más famoso de la vieja Moscú, destruido tras la Revolución de 1917. Leo sobre el espantoso sistema por el que decenas de miles de hambrientos vendían allí su ropa para comer, teniendo que volver después para tomarla en alquiler, cuando se acercaba el invierno.
Me intereso por el nombre de los dueños de aquel terrorífico mercado, donde había profesionales dedicados a fumar tabaco negro para disimular el olor fétido. Me aparece el nombre de Bunin, Rumiántsev, Romeiko, Kulakov... curiosamente, muchos de los que escribían después desde su triste exilio en palacios de París sobre la “feliz y maravillosa Rusia perdida”. Hoy los niños de los colegios de toda Rusia acuden en excursiones organizadas a visitar los viejos caserones de aquellos comerciantes, “flor y orgullo de la Rusia pre-revolucionaria”, les dicen.

Vuelvo a España por unos días. Viviré sin Rusia unas semanas, aunque no creo que ella lo  note. Quizás en estos tres meses hayan cambiado muchas cosas en el país, pero no me he dado cuenta. Se habrán producido, quizás, cambios que saldrán a la luz dentro de veinte años, ese concepto de Unamuno de la corriente que marcha en dirección contraria bajo el río que todos vemos, eso de la “intrahistoria”... quizás, eso espero.

En España la historia sí está saliendo a flote. Y por mucho tiempo que pase fuera, las raíces no se anestesian.
Nunca me ha gustado aquel término de “ciudadano del mundo”. Me parece la versión burguesa del internacionalismo; lo segundo es sufrir y luchar por cualquier humano, lo primero es beber coca-cola en diferentes países.

Sufro con el pueblo ruso, pues allí vivo, de ellos aprendo, y sobre él escribo. Sufriría igual con el pueblo de al lado, y con el de más allá. Pero cuando vuelvo a España, cuando aparece la tierra amarilla y seca bajo el avión, cuando el quejío es en mi lengua, cuando es español el que recibe el golpe del que va armado, el que pasa penurias, el que grita desesperanzado... el dolor, si acaso es igual de intenso que en cuaquier otro lugar, tiene un color, un matiz diferente, hace más eco en mí.

Estos días Madrid duele mucho. Duele advinar que la única solución sea la tragedia, pensar en que uno habrá de parecerse en algo a ellos para poder derrotarlos.
Madrid, bajo la lluvia y la amenaza, nerviosa, valiente, golpeada, estafada y en proceso … me es hoy más querida que nunca.

Flota la sensación de que se termina el carnaval. De que nos quitamos las caretas.
Quizás este haya sido el gran mérito de aquellos que han rticipado en la historia estos dos últimos años. Hoy, en España, hay miles de hombres y mujeres que con cierto grado de sorpresa, y tras abrir un poco la boca, han descubierto que son rotundamente fascistas.

El mérito de estos dos años y sus protagonistas ha sido el de pintar de negro el contorno de las cosas, de aclarar el dibujo borroso y amalgamado de nuestros tiempos, de traer una espada y una pared.
Millones de jóvenes se están educando en calles liberadas, rodeados de amigos, discutiendo, valorando, comparando, intentando sacar algo en claro, caminando hacia al enemigo. Y esto no puede no dejar su huella en la historia, ya sea mañana, ya sea pasado.