REGRESO A MOSCÚ.
Moscú
está veraniega y febril, de ropas ligeras, pies a remojo en fuentes y ríos,
faldas cortas y camisetas sin mangas.
En
uno de sus pasadizos subterráneos he visto a un hombre triste. Tenía
la piel morena, la barba y el pelo negro. Estaba serio, y como vacío,
derramado. Estaba sentado en una caja, con la vista perdida en el
color gris del suelo. Con una mano hacía pompas de jabón con una
pistola de colores, esperando que alguien se la comprara.
En
frente había una anciana inmóvil. Quieta, de pie, sujetaba siete
flores azuladas, arrancadas de algún jardín cercano. Le hacía la
competencia al señor de las pompas de jabón.
Mi
barrio está verde, lleno de luz y sombras frescas.
El
estanque se ha llenado de pescadores.
En
el estanque no hay peces.
Lanzan
sus cañas al agua y se quedan quietos. Olvidan las cañas y hablan
entre ellos. Beben cerveza fría. Sus hijos bajan a ver como sus
padres no pescan, pues no hay peces. Charlan, se relajan. Los bancos
se llenan de ancianos que observan de lejos a los pescadores. Muchos
curiosos nos paramos a ver cómo pescan, sin éxito, pero relajados.
Los patos caminan tranquilos entre ellos. Los gatos se acercan y se
llevan el resto de sus meriendas.
Se
va poniendo el sol. Recogen sus cañas y se marchan a casa. Hay que
acostarse pronto para madrugar mañana. Dicen que con el alba los
peces tienen más hambre. Quizás haya peces. Pero nadie ha visto
todavía ninguno.
Así
pasan los calurosos días. Desde aquí se aplaude también a los
mineros que caminando hacia Madrid sueñan con salvarse, así como
nosotros soñamos con que nos salven. En el sur de Rusia, en la
región de Kubán, unas terribles inundaciones han arrasado la ciudad
de Krimsk. Cientos de muertos. La indemnización prometida para
reconstruir la ciudad es menor que el sueldo anual que ofrecen al
próximo seleccionador de fútbol.
Siempre da gusto encontrarse con una charla en medio del fuego del verano. Da gusto, daría mucho gusto ser uno de esos pescadores sin peces. Es una de las mejores alegorías de estos tiempos de tierras arrasadas que insistimos en vivir sin darnos cuenta de nada.
ResponderEliminar¡Bravo por este verano moscovita que me acercás al sur inhóspito del invierno.
Un abrazo como siempre.
Martín
Lo que daría yo por volver a sentarme en el filo de ese estanque. Lo que daría también por poder conversar con esos filósofos que dicen pescar. Se echa de menos vuestro suburbio, de los blinis ni hablo.
ResponderEliminarUn abrazo.
Carmen