martes, 17 de julio de 2012


MOSCÚ ANCIANA

Los héroes no suelen ocuparse de administrar sus heroicidades. Cuando muere un país y se inicia su despiece, el reparto lo hacen los administradores, y no los que le dieron vida.

Moscú, desde el aire, tiene forma de tela de araña, una tela que gira y gira demasiado rápido.

No hay ancianos en el centro. Si los hay, parece que se esconden en sus casas para que no los encuentren. A veces se aparecen bajo tierra, pidiendo limosnas en el metro, vendiendo cualquier cosa en los pasadizos. Porque Moscú es una ciudad joven, enérgica, confiada y olvidadiza.

Pero los ancianos no desparecen por sí mismos. Les gusta el centro como a los demás.
Relaciono cosas. Si se aparta a los héroes es debido a que se quiere hace el mal. Lógico. Podrían entrometerse en los planes.
¿Y qué han de temer los malvados?
Lo que para mí son superpoderes, para ellos, los malvados, son culpas. Estos ancianos, de paso lento, ropas viejas... son culpables de varias cosas: de vencer a los nazis sin petición europea previa, cosa que muchos más de los que parece no les perdonarán nunca. También de reconstruir su país sin ayuda de nadie, sin rescates ni deudas, de empezar recogiendo cascotes y cadáveres y terminar en el espacio.

Y cosas mucho más graves: la de tener cultura, la capacidad de razón, la de saber leer y escribir demasiado bien, mejor de lo deseado, mejor que los demás. También tienen memoria y lengua.
Son seres diferentes. Las diferencias no les gustan a los malos. Muchos ancianos todavía recuerdan cuando les enseñaban a cortar y coser en la Universidad, mientras estudiaban química o literatura: no van a ir a comprar ropa a tu tienda.

Pasos básicos para echar a los ancianos del centro de tu ciudad.

La primera medida es la de hacer todo lo posible para bajar la esperanza de vida, en diez años, como ha sucedido en Rusia en los últimos veinte. Así se mueren antes. Ya se puede pensar en qué hacer con su vivienda vacía.
La segunda es la de apartarlos geográficamente: en cuanto un anciano tiene sus primeros problemas de salud, ha de vender su casa, aquella que le dieron por su trabajo en la fábrica, y con el dinero conseguido, comprar salud y un apartamento en los suburbios. Esta es una de las ventajas de destruir la sanidad en tu país.
(Anótese que ya muchos hemos llegado a estos mismos suburbios sin haber pasado ese proceso, y siendo jóvenes)

Pero la medida más efectiva es la del desprecio a lo que no sea moderno y nuevo, cosas que normalmente son plagios de otros lugares. El desprecio social, fomentado, de alejarse de la memoria y del consejo anciano, de su forma de ver, de pensar. 
“Son cosas de viejos”, te dicen cuando lees un libro que no sea de autoayuda, de idiomas extranjeros, negocios o guías turísticas. “Entonces, guapa, estaré encantado de conocer a tu abuela”. Las chicas rusas se ofenden cuando les dices eso.

Todo lo que queda en pie y no es de plástico, lo construyeron estos ancianos. Los jóvenes se dedican a venderlo, y a venderse.
En los banquitos de verano de estos suburbios, cada día más y más arrojados del centro por su fuerza centrífuga, pasan sus últimos días. Quizás sean los últimos abuelos en morir en Rusia, pues los demás ya empiezan a morir de jóvenes. Muchos de estos ancianos hace años que no van al centro de la ciudad: no les queda para el viaje. Viven ahorrando, ya cerca de su muerte. Ahorran para pagar la universidad del nieto, que vale millones, y que es la misma universidad que ellos construyeron con sus manos. Ahorran para poder comprar al médico que pudiera evitarles un poco de dolor en sus últimos días.

Mientras, los ancianos del resto de Rusia, observan con envidia el gran nivel de vida de los ancianos de Moscú.

2 comentarios:

  1. Precioso homenaje a los verdaderos héroes de Rusia. Después de haber pasado unos días allí y pisar las calles de Moscú, afirmo sin duda alguna que todo lo que he admirado de la ciudad se lo debo a ellos (y a vosotros, claro).

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  2. Es de alguna manera compañero, la trayectoria que disponen los fascistas para con aquellos que ya no consumen ni habrán de consumir las tonterías que los mercados venden. Al no ser fuerza producitva de consumo, lo mejor es matarlos, en la periferia de Moscú o en los suburbios de Buenos Aires, el síntoma es siempre el mismo.
    Enterrarlos, que no hablen y que no transmitan la historia de vida. De esos e trata nada más ni nada menos.
    Un fuerte abrazo compañero.

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