YURI
NORSHTÉIN. EL PENÚLTIMO GENIO SOVIÉTICO.
Al impaciente Martín Visuara, poeta y argentino, además de poeta argentino.
Yuri Norshtéin vive en un suburbio muy parecido al mío. Vive, humilde y sabio, con sus 70 años, por desgracia para muchos y suerte para otros.

Por
eso, con enorme cariño y admiración, llamo a Norshtéin fantasma.
También le llamo el mejor dibujante de películas de animación de
la historia y, sobre esto, no creo que haya ninguna duda.
Él,
que debiera ser todos los ministros, todos los jueces y todos los
minutos de televisión en Rusia, ha sido intencionadamente relegado
al olvido, cosa a la que no opuso resistencia, incapaz de vivir en
semejante circo. Sus contadas apariciones suenan como las más sabias
psicofonías de otro mundo: de aquel mundo que la propaganda intenta
ahogar bajo su rentable producción de basura.

En
una de sus inesperadas y fantasmagóricas apariciones, anunciaba con
sonrisa infantil un enorme hallazgo: las personas no podían
proyectar sombras tan largas por la Avenida del Nevá como las que
describía Gógol. Con aquellas farolas no. Sólo una luz fortísima
e irreal, enfocada desde los cientos de ventanas, imposible y soñada
por el genio de Gógol podía causar ese efecto. Después de
descubrirlo, “habrá que rehacer buena parte del trabajo”,
dice Norshtéin.
Maravilloso.
Esperaremos.
Tú, tranquilo. Cuídate. Poco a poco.
Pero
además de pintar sobre sus láminas de cristal, habla. Habla y nadie
se atreve a replicarle. El forzado olvido y la respetuosa devoción
por él se mezclan. Fue el único, en otra aparición, que espetó su
desprecio públicamente hacia el mimado y gubernamental Nikita
Mijalkov, por la insultante colección de mentiras de su última
película. Y por su ínfima y subvencionada calidad. El aristocrático
Mijalkov miraba al suelo, como se hace ante los fantasmas que te dan
miedo y se desea que desaparezcan pronto. Después, cambió de tema.
“Antes,
cuando no había jefes sino responsables, éramos un grupo de
profesionales discutiendo acaloradamente sobre cada segundo de
metraje... ¡y qué nivel de discusiones!... Ahora sólo se discute
con el productor y su dinero. Y ninguno se permitirá arriesgar. Sólo
hará lo que, según su opinión, habrá de gustar al público”...
decía.
Norshtéin
habla de calidad. Ninguna palabra más revolucionaria que esa en la
Rusia de hoy. Veinte años de producción comercial en Rusia y los
veinte años anteriores a éstos parecen como de otra civilización,
raza, planeta, universo...

Nada
que no sepan todos y que algunos griten. Cada día más.
Si
los problemas se resuelven, pronto (nunca será tarde) saldrá a la
luz su “Abrigo”. Será el último gran regalo de la inimitable
escuela soviética de animación, y un puñetazo en los porcinos
morros de la Rusia contemporánea. Lo malo es que, para entonces, ya
nadie recordará el divino texto en que está basado.
De
momento, toca seguir conteniendo la respiración y a disfrutar de
esos pocos minutos de “El Abrigo” que están al alcance.

Una
última y sobrecogedora psicofonía del otro mundo pronunciada por El
Maestro: “Los que hacen dinero no crean nada. Un acto creativo
es el del barrendero que sabe que con su trabajo la ancianita no se
caerá cuando pase”.
Por conocido y visto infinidad de veces, cada vez que vuelvo a dejarme por la fantasía y la potencia de sus ideas. Hace tiempo que quería volver a sentarme frente a una pantalla y ver la magia de Yuri Norshtéin. Un abrazo querido compañero y gracias por este pequeño gran regalo que le haces a tus lectores...
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