domingo, 28 de abril de 2013


LA RUSIA TEMPLARIA.


Porque cuando nosotros estamos descontentos nos llaman indignados, y cuando se disgustan ellos se llaman disidentes... crueldades del lenguaje.


Me rindo. Me paso a la novela histórica.
Y escucho voces rivales que me indican: “¿Templarios en Rusia? Nunca hubo tal cosa”.
Cierto es, cierto es, pero están por llegar, paciencia...

A menudo acudo en mis conversaciones sobre la situación en Rusia (hablando de aquella Rusia que se cangrena e infecta diariamente a la parte todavía sana), al ejemplo de la máquina del tiempo. Pareciera que vuela hacia atrás, hacia tiempos oscuros (y me temo que, cuando llegue a las cavernas, yo seguiré junto a ella, intentándoles recordar que ellos sabían inventar el fuego).

Un par de años atrás, apuntaba que Rusia vivía ya en el siglo XIX. Así lo parecía: volvían los señores, los terratenientes, los hombres con capacidad de decisión sobre la vida o la muerte de millones de personas, y las limusinas, como carros de caballos, pasaban por las calles entre aquellos que habían olvidado el uso del adoquín sobre el cristal, y que ya sólo miraban con sumisa envidia y hasta con cierta admiración; los monjes empezaban a decir tonterías y a recibir tierra regalada... era, había llegado, el siglo XIX, aunque ni Pushkin ni Gógol andasen ya por sus calles.

Dos años después, la Rusia cangreja ha dejado muy en el futuro el siglo XIX, aquel periodo de luces y sombras donde, al menos, había señores que se preguntaban sobre si abolir o no la esclavitud.
La llamaremos Rusia Templaria. Y lo hacemos porque aquí nunca hubo templarios. No sólo es un país que lucha por volver a su feudalismo, sino que es un feudalismo inventado.

Para demostrar mi teoría, o mejor dicho, para que se entienda la extraña sensación, relato un suceso que me ha tocado sufrir en varias ocasiones: son miles de rusos, millones quizás, los que creen a pies juntillas lo que voy a relatar aquí, y es algo que defienden con vehemencia.

Imaginen una conversación. El otro se sorprende al ver un extranjero que se interesa por su historia. Habla en nombre de masas, como se habla de una nueva secta, con enferma convicción. El argumento se basa en la famosa batalla de “Kursk”, la mayor batalla de tanques de la historia de este triste mundo, en la que el Ejército Rojo destruyó casi definitivamente al nazi.
No acudan raudos a informarse de lo que allí ocurrió, porque todo lo que encuentren en los libros es propaganda comunista. Lo que verdaderamente ocurrió allí fue lo siguiente:

“unos días antes del inicio de la batalla, un pope, con un icono de Nuestra Madre, dio siete vueltas sobre la colina, y bendijo la tierra. Por eso, con la ayuda de Dios, se venció a las fuerzas enemigas, gracias a la fe”.

Uno pregunta, entre divertido e irritado, si acaso los alemanes no tenían fe. La respuesta es brillante: "no, los alemanes utilizaban la magia negra, y Dios les castigó". Mejor aun es la respuesta a la objección de que el Ejército Rojo estaba lleno de comunistas, ateos y quemadores de iglesias: "ellos no sabían que llevaban a la santa madre iglesia en el pecho, pero Dios lo sabe todo”... estas cosas las dicen gentes que fueron ingenieros, médicos, filósofos... curiosamente, nunca lo dicen los historiadores.

La dorada época templaria en Rusia está a punto de florecer. Será divertido. El presidente, preparando el terreno, quiere prohibir la adopción de niños rusos en países donde el matrimonio homosexual está legalizado, “pues atenta contra las tradiciones culturales del pueblo ruso”.
La única buena noticia es que el presidente, que se siente poseedor de la verdad respecto a esas “tradiciones”, se olvida de muchas otras costumbres rusas firmemente arraigadas, que le pudieran pillar por sorpresa.

No quiero otorgarme méritos. Esto ya lo han predicho varios ministros al ser preguntados por la causa de tan íntimo acercamiento a la Iglesia: “los dolores y las tragedias sólo podrán superarse a través de la fe”. Rusia se divide entre los que ven en Iglesia esa salvación de los males, y los que ven la salvación en otras cosas. Pero son pocos, muy pocos, los que se preguntan por qué dan por hecho esas calamidades que dicen vendrán, y si ya las ven venir, por qué no hacen nada. Pareciera que les gusta.

Estén atentos, por tanto, al nuevo espectáculo feudal que Rusia prepara. Hace ya un año que condenaron a las primeras brujas, aquellas cantantes de las capuchas. 

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