LA RUSIA TEMPLARIA.
Porque cuando nosotros estamos
descontentos nos llaman indignados, y cuando se disgustan ellos se
llaman disidentes... crueldades del lenguaje.
Me rindo. Me paso a la novela
histórica.
Y escucho voces rivales que me
indican: “¿Templarios en Rusia? Nunca hubo tal cosa”.
Cierto es, cierto es, pero están
por llegar, paciencia...
A menudo acudo en mis conversaciones sobre
la situación en Rusia (hablando de aquella Rusia que se cangrena e
infecta diariamente a la parte todavía sana), al ejemplo de la
máquina del tiempo. Pareciera que vuela hacia atrás, hacia tiempos
oscuros (y me temo que, cuando llegue a las cavernas, yo seguiré
junto a ella, intentándoles recordar que ellos sabían inventar el
fuego).
Un par de años atrás, apuntaba
que Rusia vivía ya en el siglo XIX. Así lo parecía: volvían los
señores, los terratenientes, los hombres con capacidad de decisión
sobre la vida o la muerte de millones de personas, y las limusinas,
como carros de caballos, pasaban por las calles entre aquellos que
habían olvidado el uso del adoquín sobre el cristal, y que ya sólo
miraban con sumisa envidia y hasta con cierta admiración; los monjes
empezaban a decir tonterías y a recibir tierra regalada... era,
había llegado, el siglo XIX, aunque ni Pushkin ni Gógol andasen ya
por sus calles.
Dos años después, la Rusia
cangreja ha dejado muy en el futuro el siglo XIX, aquel periodo de
luces y sombras donde, al menos, había señores que se preguntaban
sobre si abolir o no la esclavitud.
La llamaremos Rusia Templaria. Y
lo hacemos porque aquí nunca hubo templarios. No sólo es un país
que lucha por volver a su feudalismo, sino que es un feudalismo
inventado.
Para demostrar mi teoría, o
mejor dicho, para que se entienda la extraña sensación, relato un
suceso que me ha tocado sufrir en varias ocasiones: son miles de
rusos, millones quizás, los que creen a pies juntillas lo que voy a
relatar aquí, y es algo que defienden con vehemencia.
Imaginen una conversación. El
otro se sorprende al ver un extranjero que se interesa por su
historia. Habla en nombre de masas, como se habla de una nueva secta,
con enferma convicción. El argumento se basa en la famosa batalla de
“Kursk”, la mayor batalla de tanques de la historia de este
triste mundo, en la que el Ejército Rojo destruyó casi
definitivamente al nazi.
No acudan raudos a informarse de
lo que allí ocurrió, porque todo lo que encuentren en los libros es
propaganda comunista. Lo que verdaderamente ocurrió allí fue lo
siguiente:
“unos días antes del inicio de
la batalla, un pope, con un icono de Nuestra Madre, dio siete vueltas
sobre la colina, y bendijo la tierra. Por eso, con la ayuda de Dios,
se venció a las fuerzas enemigas, gracias a la fe”.
Uno pregunta, entre divertido e
irritado, si acaso los alemanes no tenían fe. La respuesta es
brillante: "no, los alemanes utilizaban la magia negra, y Dios les
castigó". Mejor aun es la respuesta a la objección de que el
Ejército Rojo estaba lleno de comunistas, ateos y quemadores de
iglesias: "ellos no sabían que llevaban a la santa madre iglesia en
el pecho, pero Dios lo sabe todo”... estas cosas las dicen gentes
que fueron ingenieros, médicos, filósofos... curiosamente, nunca lo
dicen los historiadores.
La dorada época templaria en
Rusia está a punto de florecer. Será divertido. El presidente,
preparando el terreno, quiere prohibir la adopción de niños rusos
en países donde el matrimonio homosexual está legalizado, “pues
atenta contra las tradiciones culturales del pueblo ruso”.
La única buena noticia es que el
presidente, que se siente poseedor de la verdad respecto a esas
“tradiciones”, se olvida de muchas otras costumbres rusas
firmemente arraigadas, que le pudieran pillar por sorpresa.
No quiero otorgarme méritos.
Esto ya lo han predicho varios ministros al ser preguntados por la
causa de tan íntimo acercamiento a la Iglesia: “los dolores y las
tragedias sólo podrán superarse a través de la fe”. Rusia se
divide entre los que ven en Iglesia esa salvación de los males, y
los que ven la salvación en otras cosas. Pero son pocos, muy pocos,
los que se preguntan por qué dan por hecho esas calamidades que
dicen vendrán, y si ya las ven venir, por qué no hacen nada.
Pareciera que les gusta.
Estén atentos, por tanto, al
nuevo espectáculo feudal que Rusia prepara. Hace ya un año que
condenaron a las primeras brujas, aquellas cantantes de las capuchas.