jueves, 13 de septiembre de 2012


COCHES CAROS Y MARSHRUTKAS.

Me hablaba una señora sobre las penas de su infancia. Años 60. Su recuerdo más terrible tenía que ver con los días de escuela. Su padre era un hombre importante que viajaba mucho por el mundo y le traía regalos de diferentes países. Pero, y esto es lo trágico, la niña no podía ir al colegio con sus zapatitos italianos, pues los demás no le hablaban, o le gritaban “cerda burguesa”.
La mujer me lo contaba emocionada y triste. Yo la escuchaba también emocionado y triste, aunque por motivos diferentes.
Hoy su hijo es director de una escuela privada y va en un enorme coche negro que conduce un chófer. Hace todo lo posible por vengar a su triste madre, que tan mal lo pasó.

Me apuntaban que podría hablar de la fiebre por los coches caros en Moscú. Lo puedo hacer, a riesgo de repetirme, pues el mismo que va en ese coche es el que pone las vallas y prohibe el paso, el mismo que maneja la prensa, la política, las editoriales y decide la vida de millones de personas.
Aunque todo esto no es un problema local en Rusia. Tampoco lo es que a ese hombre no lo haya elegido nadie ni haya hecho ningún mérito que no sea el del robo y la especulación.
Sí puede que sea local el fenómeno de pintarrajear los coches para hacerlos aun más exclusivos. Eso causa hoy furor en Moscú entre parte de la población (esa población que ve crecer sus coches tanto como disminuyen sus estanterías de libros)

¿Acaso sea un fenómeno cultural? No, la imbecilidad de dibujar caballitos y pieles de serpiente en tu coche, la estupidez, nunca es un fenómeno cultural. Cultura sería quemar esos coches y exorcizar a sus dueños.
(Tampoco debería ser un problema, las florecillas pintadas en el capó no hacen daño a nadie; sí lo hace que pintarlas equivalga a la pensión anual de millones de ancianos de tu país)

Pero sí hay algo de tradicional, cultural, en el fervor por el coche y la velocidad.
La conquista del espacio del país infinito, el camino, el carromato solitario que atraviesa lo que no se puede atravesar, que choca contra el vacío, el cochero indómito, adormilado y a menudo borracho... eso es parte de la historia y literatura del país.
La literatura rusa, entre otras cosas, es movimiento y paisajes vistos desde un carromato, un tren, un coche, un caballo... digamos, paisaje en movimiento. En ningún otro idioma se describió tanto al cochero, al caballo, las inclemencias del camino y el clima contra el que se avanza.
Digo más, no existiría ni la mitad la literatura rusa conocida sin cocheros que llevasen y trajesen a los protagonistas, al menos la prosa; cocheros que, como el Selifán de “Almas Muertas”, son protagonistas, son descritos y dotados de personalidad, rasgo muy poco frecuente en las literaturas en otros idiomas. Los cocheros se repiten en los relatos de Dostoievskiy, somñolientos, borrachos, con la nieve sobre el gorro y el abrigo, a la espera de un cliente... son protagonistas en las crónicas de los corresponsales soviéticos en la Guerra Civil española, los chóferes, los coches, los paisajes vistos desde detrás de la ventana.
En el mejor relato en lengua rusa, en las citadas “Almas muertas” de Gógol, ya a mediados del siglo XIX, Rusia es descrita como un “Pajaro-troika”, que vuela a gran velocidad y le abren paso los pueblos y las naciones... cómo no recordar el viaje de “El amo y el criado” de Tolstoy, o el médico morfinómano de Bulgákov, que pasa medio relato atravesando tormentas de nieve para llegar a sus pacientes...

Nada de eso, por supuesto, justifica hoy las malas maneras de los conductores moscovitas, la arrogancia y la fanfarronería de muchos de ellos. Esto sí, sí es un producto, un hijo de nuestros tiempos. La ideología impuesta de pisotear al prójimo, de pasarle por encima en cualquier terreno es la moral actual. Y el permiso para hacerlo es lo que hoy en Rusia llaman “democracia”, incluso “libertad”. Pero volvemos a salirnos del marco local, pues es igual en más de medio mundo.

Ahí van en sus coches caros, no conducen, predican, marcan el camino a seguir. Su coche es una iglesia de neón, quiere dominar, demostrar, sentirse todopoderoso y a su paso levantar suspiros de admiración (que en muchos miles de rusos levanta)

Pero no seamos injustos. Por cada uno de esos coches hay veinte coches normales. Y no siempre ganan los coches mafiosos en las calles de Moscú.
Para los que deseamos que se estrellen, hay consuelos amarillos: las marshrutkas, esas furgonetas – autobús, esas libertarias, ese último espíritu rebelde de Moscú.
Medio euro por el viaje. En una de ellas leí un cartel: “Unos minutos de miedo y estarás en casa”
El conductor, ese suicida y poeta, conduce, fuma, bebe, con una mano; cambia el dinero con la otra. Conduce con la intuición.
Son hijos de repúblicas lejanas, del Caúcaso, del Asia Central, exóticos, con acentos extraños y coloridos que hacen escandalizar a las señoritas. Las escandalizan también con su desprecio por la vida, que está justificado: ninguno gana más de trescientos euros al mes. Los pluses, si los quieren, se ganan haciendo más viajes, yendo más rápido.

Dentro de una marshrutka: ¡Prohibido ir de pie!
¡La Dirección General de Tráfico exige
 que el número de cadáveres
no exceda al número de pasajeros sentados!
Se lanzan a la carretera. Se escucha un murmullo entre los pasajeros, que se agarran a su asiento. Un enorme Mercedes negro tiene que frenar bruscamente para dejarle paso y no estrellarse. Uno a cero.
Con la imaginación multiplican los carriles y los pasos, los materializan allí donde no los había. Las marshrutkas, destartaladas, se abren paso entre los coches de lujo y sus chóferes enfadados, que pitan, se quejan... nuestro conductor les grita algo en un idioma seguramente inventado y yo les hago una peineta por el cristal de atrás. Para cuando quieren sacar la pistola o llamar a su policía, nuestra furgoneta pública ya ha volado, se fue, a otras dimensiones y esquinas, como una bala amarillla.

No tardará en llegar el día en que los dueños de los Mercedes quieran aun más, más del todo que ya tienen. Llegará el día en que los que no podemos gastar más de medio euro en transporte les plantaremos cara.

Para cuando llegue ese día, contemos con que nuestros tanques tendrán a los mejores conductores.

2 comentarios:

  1. A veces compañero todo me parece demasiado demencial como para que sea cierto. Pero es cierto. Por aquí los ricos, que ya de por sí son siempre mafiosos, solían echarle vidrio molido a las bolsas que contenían la basura, para que aquellos desobedientes que se negaban a morirse de hambre se muriesen al fin con algún medio bocado de basura.
    Así y todo, resistimos y nos alegramos de cada batallita que le ganamos a estos hombres preclaros del libre comercio y tonterías por el estilo...
    Salud!
    Martín

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  2. Por fin hablas de las MARSHRUTKAS, el elemento que vertebra la ciudad de moscú. No conozco ningún otro medio de transporte que facilite y, a la vez, desprecie la vida. Quizás el buho 422 de las 3 de la mañana...

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