JAÉN. HERNÁNDEZ Y EHRENBURG.
“Ni casas ni hombres. La Sierra huele a
ajenjo. Se llama “Sierra Morena” (…) En lo alto de una montaña, el monasterio.
Cada verano venían aquí los peregrinos. A la milagrosa estatua de la virgen la
llaman “la morenita”. Con las donaciones, los monjes le compraron una corona de
oro; la corona era más grande que la estatua. Las muchachas suspiraban con
ternura.
Los nuevos
peregrinos, en lugar de báculos llevan fusiles, y en lugar de cantar salmos
cantan “La Internacional” Iliá
Ehrenburg.
Primavera de 1937. Guerra Civil. En el mismo tiempo y espacio en el que Miguel Hernández pasaba su luna de miel en el Frente Sur, a la vez que
clamaba por primera vez su eterno “Andaluces de Jaén”, el
escritor y poeta soviético Iliá Ehrenburg, iba y venía entre Andújar y Jaén,
esquivando bombas italianas, ocupándose de transmitir los sucesos del
Monasterio de la Virgen de la Cabeza, textos que se publicaba al día siguiente en Moscú y en toda la Unión Soviética..
En aquellos días, como en el Alcázar de Toledo,
tropas franquistas se hicieron fuertes en un edificio emblemático y bien
defendido. Como en Toledo, muchas mujeres fueron tomadas como escudo.
“En el futuro museo de la Revolución
española, entre las expuestas armas del enemigo, habrá, sin duda, una falda”
I.E.
Las tropas republicanas los rodeaban, escondiendo a
duras penas los tanques de la vista de los aviones bajo los descuidados olivos.
“Los
hambrientos campesinos de Jaén rezaban a “la morenita” para que los protegiese
contra la Guardia Civil. Tras la recolección de la aceituna por los campos de
los terratenientes, marchaban hambrientos los campesinos. Al “criminal” que se
atrevía a recoger para sí algunas aceitunas le esperaba un balazo” I. E.
También Miguel Hernández trabajó allí de
corresponsal. Pero era poeta. Si Machado era el arma de la reflexión y Lorca la
de la imaginación y la belleza, Hernández era el arma, el alma, del campo, los
pasos, el árbol, el hombre doliente, el hambre, las manos llenas de barro, del
sudor, de la España cruda, desnuda.
Ehrenburg escribió excelentes poemas, pero fue
mejor corresponsal. Durante la Segunda Guerra Mundial, los partisanos soviéticos tenían
una ley: ante la falta de tabaco, se permite fumar cualquier cosa, excepto las
órdenes del Alto Mando y los artículos de Ehrenburg. Fue un corresponsal por el
que Hitler ofreció una recompensa personal por su cabeza.
Frente a los apasionados artículos de Hernández,
Ehrenburg escribía sus artículos como dispara un francotirador, paciente,
preciso, encontrando siempre el órgano que más doliera al enemigo. Tanto que su
primer libro sobre España a punto estuvo de ser censurado por la misma
República; el segundo, escrito durante la Guerra, aun hoy no se ha traducido al
español. Cabe aclarar que fue él, y no Buñuel, el primero en transmitir al
mundo el infierno de la Hurdes.
“En Jaén vi
una madre que había encontrado la mano de su hija. En silencio se acercó la
mano al torso y empezó a buscar la cabeza. ¿Qué más añadir? ¿Que la gente tiene
miedo a dormir en la ciudad? ¿Que por las noches se marchan al campo?¿Que han
convertido la vida del hombre en vida de bestia?” I.E.
“Ayer, en las
montañas andaluzas, trabajadores berlineses cantaban: “No, no hemos perdido
nuestra patria, nuestra patria ahora es Madrid” I.E.
“En la sierra
nacen ahora flores, amarillas, lilas y blancas. Los campos de Andalucía se
llenan de amapolas. Echaron a correr, a hablar, pequeños riachuelos. Junto a
las baterías, sin respiro, cantan los pájaros: es tiempo de su amor pajaril. He
visto un bebé, lo echó, lo parió su madre entre los blindados y el ruido de las
sirenas” I.E.
Jaén, como toda España, se cubrió entonces de
sangre. Pero mucha más se derramaría después de la guerra en esa provincia.
Mucha de esa sangre sigue ahí, olvidada y enterrada, regando las raíces,
añadiendo matices olorosos a sus aceites, los mejores del mundo. No perdonaron, ni perdonan, a los andaluces de Jaén, a los aceituneros altivos, caminantes
de las piedras lunares, tan amantes de los troncos retorcidos.
Nota: la foto de Hernández es frente a la Catedral de Kazán, en Leningrado. El retrato de Ehrenburg es de su buen amigo Pablo Picasso.